Nuestro amado Redentor, para enseñarnos a desprendernos de los bienes efímeros, quiso ser pobre en la tierra. "Por vosotros se hizo pobre siendo rico, y con su pobreza todos hemos sido enriquecidos" (2Co 8,9). Por eso Jesús exhortaba al que quería seguirle: "Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y ven y sígueme" (Mt 19,21). La discípula más perfecta y que mejor siguió su ejemplo fue María. Se cuenta en las revelaciones de santa Brígida que le dijo la Virgen: “Desde el principio resolví en mi corazón no poseer nada en el mundo”. Por amor a la pobreza no se desdeñó en casarse con un trabajador como lo era José y en sustentarse con el trabajo de sus manos, como coser y cocinar. Reveló el ángel a santa Brígida que las riquezas de este mundo eran para María como el barro que se pisa. Y así vivió siempre pobre.
La virtud de la pobreza abarca todos los demás bienes. Dije "la virtud de la pobreza", que no consiste en ser pobre, sino en amar la pobreza. Por eso afirma Jesucristo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5,3). Bienaventurados porque no quieren otra cosa más que a Dios y en Dios encuentran todo bien y encuentran en la pobreza su paraíso en la tierra, como lo entendió san Francisco al decir: "Mi Dios y mi todo". Y roguemos al Señor con san Ignacio: “Dame sólo tu amor, que si me das tu gracia soy del todo rico”. Y cuando nos aflija la pobreza, consolémonos sabiendo que Jesús y su Madre santísima han sido pobres como nosotros. El pobre puede recibir mucho consuelo con la pobreza de María y la de Cristo.
("Las Glorias de María" (segunda parte), San Alfonso María de Ligorio)
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