"Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre tambien en El la verdad sobre el hombre. El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual “recapitula” el camino del hombre, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida. Mirando la casa de Nazaret, se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios. Escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios. Siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros esta llamado, si se deja transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, cada misterio el Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.
Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con la santa humanidad del Redentor tantos problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida. «Descarga en el señor tu peso, y él te sustentará». Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario « marca el ritmo de la vida humana », para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia."
(Carta Apostólica "Rosarium Virginis Mariae", Juan Pablo II)
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