En el año 1246 nombraron a San Simón Stock general de la Orden Carmelita. Este comprendió que, sin una intervención de la Virgen, a la orden le quedaba poco tiempo. Simón recurrió a María poniendo la orden bajo su amparo, ya que ellos le pertenecían. En su oración la llamó "La flor del Carmelo" y la "Estrella del Mar" y le suplicó la protección para toda la comunidad. En respuesta a esta ferviente oración, el 16 de julio de 1251 se le aparece la Virgen a San Simón Stock y le da el escapulario para la orden con la siguiente promesa: "Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno"
Aunque el escapulario fue dado a los Carmelitas, muchos laicos con el tiempo fueron sintiendo el llamado de vivir una vida mas comprometida con la espiritualidad carmelita y así se comenzó la cofradía del escapulario, donde se agregaban muchos laicos por medio de la devoción a la Virgen y al uso del escapulario. La Iglesia ha extendido el privilegio del escapulario a los laicos.
Posteriormente, el 3 de marzo de 1322 la Santísima Virgen María por medio de una aparición al Papa Juan XXII, prometió: “Yo, su Madre de gracia, bajaré, el sábado después de la muerte de religiosos y cofrades, y a cuantos hallare en el Purgatorio, los libraré y los llevaré al Monte Santo de la vida eterna”.
Las condiciones para que se aplique este privilegio son: usar el escapulario con fidelidad, observar castidad de acuerdo al estado de vida, y el rezo del oficio de la Virgen o rezar diariamente el Santo Rosario.
"Ninguna devoción ha sido confirmada con mayor número de milagros auténticos que el Escapulario Carmelita". (San Claudio de Colombiere)
"Así como los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, así Nuestra Señora Madre María está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios." (San Alfonso María Ligorio)
"La devoción del escapulario del Carmen ha hecho descender sobre el mundo una copiosa lluvia de Gracias Espirituales y Temporales” (Pío XII).
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