Tú que eres la Madre de la Vida verdadera, enséñanos a ser testigos del Dios vivo, del amor que es más fuerte que la muerte, del perdón que disculpa las ofensas, de la esperanza que mira hacia el futuro para construir, con la fuerza del Evangelio, la civilización del amor en una Nación reconciliada y en paz.
¡Santa María de la Esperanza, Virgen del Carmen y Madre nuestra! Extiende tu Escapulario, como Manto de protección, sobre las ciudades y los pueblos, sobre hombres y mujeres, jóvenes y niños, ancianos y enfermos, huérfanos y afligidos, sobre los hijos fieles y sobre las ovejas descarriadas. Tú, que en cada hogar tienes un altar familiar, que en cada corazón tienes un altar vivo, acoge la plegaria de tu pueblo, que nuevamente se consagra a Ti.
Estrella de los mares y Faro de luz, consuelo seguro para el pueblo peregrino, quía los pasos de esta Nación en su peregrinar terreno, para que recorra siempre senderos de paz y de concordia, caminos de Evangelio, de progreso, de justicia y libertad. Reconcilia a los hermanos en un abrazo fraterno; que desaparezcan los odios y rencores, que se superen las divisiones y las barreras, que se unan las rupturas y sanen las heridas. Haz que Cristo sea nuestra paz, que su perdón renueve los corazones, que sy Palabra sea esperanza y fermento en la sociedad.
¡Madre de la Iglesia y de todos los hombres! Inspira y conserva la fidelidad a Cristo en esta Nación y en el Continente Latinoamericano. Mantén viva la unidad de la Iglesia bajo la Cruz de tu Hijo. Haz que los hombres de todos los pueblos reconozcan su mismo origen y su idéntico destino, se respeten y amen como hijos del mismo Padre, en Cristo Jesús, nuestro único Salvador, en el Espíritu Santo que renueva la faz de la tierra, para gloria y alabanza de la Santísima Trinidad. Amén.
(Juan Pablo II, el 3 de Abril de 1987, en su visita a Chile)
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