En esta solemnidad la Iglesia encuentra en el Corazón de Cristo el acceso al Dios que es la Santísima Trinidad. Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Este único Dios —Uno y Trino a la vez— es un misterio inefable de la fe.
Verdaderamente Él "habita en una luz inaccesible" (1 Tim 6. 16).
Y, al mismo tiempo, el Dios infinito ha permitido que le abrace el Corazón de un Hombre cuyo nombre es Jesús de Nazaret, Jesucristo. Y a través del Corazón del Hijo, Dios Padre se acerca también a nuestros corazones y viene a ellos.
Y así cada uno de nosotros es bautizado "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Cada uno de nosotros está inmerso, desde el principio, en el Dios Uno y Trino, en el Dios vivo, en el Dios vivificante. A este Dios lo confesamos como Espíritu Santo que, procediendo del Padre y del Hijo, "da la vida".
2. El Corazón de Jesús fue "formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre".
El Dios que "da la vida" y "se entrega al hombre" comenzó la obra de su economía salvífica haciéndose hombre.
Justamente en la concepción virginal y en el nacimiento de María comienza su corazón humano "formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre".
A este Corazón queremos venerar durante este mes del Sagrado Corazón. A este Corazón hoy mismo queremos hacerle singular fiduciario de nuestros pobres corazones humanos, de los corazones probados de diversas maneras, oprimidos de diversos modos. Y también de los corazones confiados en la potencia del mismo Dios y en la potencia salvífica de la Santísima Trinidad.
María, Madre Virgen, que conoces mejor que nosotros el Corazón Divino de tu Hijo, únete a nosotros hoy en esta adoración a la Santísima Trinidad e igualmente en la humilde oración por la Iglesia y el mundo.
Tú sola eres la guía de nuestra plegaria.
(Juan Pablo II. Angelus Solemnidad Santísima Trinidad 1985)
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