Cuántos van sin rumbo y pierden sus vidas... las gastan miserablemente, las dilapidan sin sentido alguno, sin bien para nadie, sin alegría para ellos y al cabo de algún tiempo sienten la tragedia de vivir sin sentido.
El trágico problema de la falta de rumbo, tal vez el más trágico problema de la vida. El que pierde más vidas, el responsable de mayores fracasos.
Si la fe nos da el rumbo y la experiencia nos muestra los obstáculos, tomémoslos en serio. Mantener el timón. Clavar el timón, y como a cada momento, las olas y las corrientes desvían, rectificar, rectificar a cada instante, de día y de noche... ¡No las costas atractivas, sino el rumbo señalado! Pedir a Dios la gracia grande: ser hombres de rumbo.
1º punto: El puerto de partida. El primer hecho macizo de toda filosofía, de todo sistema de vida: Vengo de Dios, sí, de Él. Todo de Él. Nada más cierto, y sobre este hecho voy a edificar mi vida, sobre este primer dato voy a fijar mi rumbo.
Tomar en serio estas verdades: Que sirvan para fundar mi vida, para darme rumbo. Uno es cristiano tanto cuanto saca las consecuencias de las verdades que acepta.
2º punto. El puerto de término. Es el otro punto que fija el rumbo. ¡El término de mi vida es Él!
3º punto. El camino: ¿Por dónde he de enderezar mi barco? Al puerto de término, por un camino que es la voluntad de Dios. La realización en concreto de lo que Dios quiere. Todo el trabajo de la vida sabia consiste en esto: En conocer la voluntad de mi Señor y Padre. ¿qué quieres Señor de mí? Trabajar en realizarla, en servirle en cada momento. Dios nos quiere santos. Ésta es la voluntad de Dios: no mediocres, sino santos.
¿Cuál es el Camino de mi vida? La voluntad de Dios: santificarme, colaborar con Dios, realizar su obra. ¿Habrá algo más grande, más digno, más hermoso, más capaz de entusiasmar? ¡¡Llegar al Puerto!!
Y para llegar al puerto no hay más que este camino que conduzca... El que acierta, acierta; y el que aquí no llega, su vida nada vale; si aquí acierta: feliz por siempre jamás. ¡¡Amén!!
Enfrentar el rumbo. El timón firme en mi mano y cuando arrecien los vientos: Rumbo a Dios; y cuando me llamen de la costa; rumbo a Dios; y cuando me canse, ¡¡rumbo a Dios!!
¿Solo? No. ¡Con todos los tripulantes que Cristo ha querido encargarme de conducir, alimentar y alegrar! ¡Qué grande es mi vida! Qué plena de sentido. Con muchos rumbos al cielo. Darles a los hombres lo más precioso que hay: Dios; y dar a Dios lo que más ama, aquello por lo cual dio su Hijo: los hombres.
Señor, ayúdame a sostener el timón siempre al cielo, y si me voy a soltar, clávame en mi rumbo, por tu Madre Santísima, Estrella de los mares, Dulce Virgen María.”
(San Alberto Hurtado)
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