María, viviendo en la tierra, estuvo tan llena de caridad que socorría las necesidades sin que se lo pidiesen, como hizo en las bodas de Caná cuando pidió al Hijo el milagro del vino exponiéndole la aflicción de aquella familia. “No tienen vino” (Jn 2, 3). ¡Qué prisa se daba cuando se trataba de socorrer al prójimo! Cuando fue a casa de Isabel, “se dirigió a la montaña rápidamente” (Lc 1, 39). Pero no pudo demostrar de forma más grandiosa su caridad que ofreciendo a su Hijo por nuestra salvación. Y ahora que está en el cielo, dice san Buenaventura, este amor de María no nos falta de ninguna manera, sino que se ha acrecentado porque ahora ve mejor las miserias de los hombres. Escribe el santo: “Muy grande fue la misericordia de María hacia los necesitados cuando estaba en el mundo, pero mucho mayor es ahora que reina en el cielo”. Dijo el ángel a santa Brígida que no hay quien pida gracias y no las reciba por la caridad de la Virgen. ¡Pobres si María no rogara por nosotros!
No hay nada mejor para conquistar el afecto de María que el tener caridad con nuestro prójimo. “Dad y se les dará. Con la misma medida que midáis, se os medirá a vosotros” (Lc 6, 36). La caridad con el prójimo nos hace felices en esta vida y en la otra.
Madre de misericordia, tú que estás llena de caridad. Encomiéndame al Dios que nada te niega. Obtenme la gracia de poderte imitar en el santo amor, tanto para Dios como para con el prójimo."
("Las Glorias de María" (segunda parte), San Alfonso María de Ligorio)
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