martes, 12 de agosto de 2008

Mujer Eucarística

"María es mujer "eucarística" con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.
Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: "¡Haced esto en conmemoración mía!", se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5). María parece decirnos: "no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así 'pan de vida'".


"Feliz la que ha creído" (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en "tabernáculo" –el primer "sagrario" de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como "irradiando" su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, en su participación en la celebración eucarística, las palabras de la Última Cena: "Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros" (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

"¡He aquí a tu madre!". Vivir la Eucaristía significa también tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía.

La Eucaristía, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama "mi alma engrandece al Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador", lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre "por" Jesús, pero también lo alaba "en" Jesús y "con" Jesús. Esto es precisamente la verdadera actitud eucarística. Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites.

(…) Dejadme, mis queridos hermanos que, con íntima emoción, en vuestra compañía y para confortar vuestra fe, os dé testimonio de fe en la Santísima Eucaristía. Aquí está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira. Dejadme que, como Pedro, yo le repita a Cristo, en nombre de toda la Iglesia: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

Pongámonos a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla asunta al cielo en alma y cuerpo vemos un resquicio del "cielo nuevo" y de la "tierra nueva" que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo. La Eucaristía es ya aquí, en la tierra, su prenda y, en cierto modo, su anticipación: "Veni, Domine Iesu!"

(Extracto de la encíclica Ecclesia de Eucharistia, del Papa Juan Pablo II)

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