jueves, 28 de agosto de 2008

Paciencia de María

"Siendo esta tierra lugar para merecer, con razón es llamada valle de lágrimas, porque todos tenemos que sufrir y con la paciencia conseguir la vida eterna, como dijo el Señor: "Mediante vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21,19). Dios, que nos dio a la Virgen María como modelo de todas las virtudes, nos la dio muy especialmente como modelo de paciencia. Toda la vida de María fue un ejercicio continuo de paciencia. Reveló el ángel a santa Brígida que la vida de la Virgen transcurrió entre sufrimientos. Basta la sola presencia de María ante Jesús muriendo en el Calvario para darnos cuenta cuán sublime y constante fue su paciencia. "Estaba junto a la cruz de Jesús su Madre". Con el mérito de esta paciencia, dice san Alberto Magno, se convirtió en nuestra Madre y nos dio a luz a la vida de la gracia.

Si deseamos ser hijos de María es necesario que tratemos de imitarla en su paciencia. ¿Qué cosa puede darse más meritoria y que más nos enriquezca en esta vida y más gloria eterna nos consiga que sufrir con paciencia las penas? Los caminos de los elegidos están cercados de espinas. Como la valla de espinas guarda la viña, así Dios rodea de tribulaciones a sus siervos para que no se apeguen a la tierra. Y la paciencia es la que hace a los santos. "La paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas" (St 1,4), soportando con paz las cruces que vienen directamente de Dios, es decir, la enfermedad, la pobreza, etc., como las que vienen de los hombres: persecuciones, injurias y otras. San Gregorio exclamaba jubiloso: Nosotros podemos ser mártires sin necesidad de espadas; basta que seamos pacientes, si sufrimos las penas de esta vida aceptándolas con paciencia y con alegría. ¡Como gozaremos en el cielo por todos los sufrimientos soportados por amor de Dios! Por eso nos anima el apóstol: "La leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un denso caudal de gloria eterna" (2Co 4,17). Hermosos los avisos de santa Teresa cuando decía: El que se abraza con la cruz no la siente. Cuando uno se resuelve a padecer, se ha terminado el sufrimiento.

Al sentirnos oprimidos por el peso de la cruz recurramos a María, a la que la Iglesia llama "consoladora de los afligidos" y "medicina de todos los dolores del corazón".

Señora mía, tú, siendo inocente, lo soportaste todo con tanta paciencia, y yo, reo del infierno, ¿me negaré a padecer? Madre mía, hoy te pido esta gracia: no ya el verme libre de las cruces, sino el sobrellevarlas con paciencia. Por amor de Jesucristo te ruego me consigas de Dios esta gracia. De ti lo espero."

("Las Glorias de María" (segunda parte), San Alfonso María de Ligorio)

martes, 26 de agosto de 2008

Amor de María al prójimo

"Santa Catalina de Siena le decía un día a Dios: "Señor, tu quieres que yo ame al prójimo, y yo no sé amarte más que a ti”. Y Dios al punto le respondió: “El que me ama, ama todas las cosas amadas por mí”. Y como no hubo ni habrá quien haya amado a Dios como María, así no ha existido ni existirá quien ame al prójimo más que María.

María, viviendo en la tierra, estuvo tan llena de caridad que socorría las necesidades sin que se lo pidiesen, como hizo en las bodas de Caná cuando pidió al Hijo el milagro del vino exponiéndole la aflicción de aquella familia. “No tienen vino” (Jn 2, 3). ¡Qué prisa se daba cuando se trataba de socorrer al prójimo! Cuando fue a casa de Isabel, “se dirigió a la montaña rápidamente” (Lc 1, 39). Pero no pudo demostrar de forma más grandiosa su caridad que ofreciendo a su Hijo por nuestra salvación. Y ahora que está en el cielo, dice san Buenaventura, este amor de María no nos falta de ninguna manera, sino que se ha acrecentado porque ahora ve mejor las miserias de los hombres. Escribe el santo: “Muy grande fue la misericordia de María hacia los necesitados cuando estaba en el mundo, pero mucho mayor es ahora que reina en el cielo”. Dijo el ángel a santa Brígida que no hay quien pida gracias y no las reciba por la caridad de la Virgen. ¡Pobres si María no rogara por nosotros!

No hay nada mejor para conquistar el afecto de María que el tener caridad con nuestro prójimo. “Dad y se les dará. Con la misma medida que midáis, se os medirá a vosotros” (Lc 6, 36). La caridad con el prójimo nos hace felices en esta vida y en la otra.

Madre de misericordia, tú que estás llena de caridad. Encomiéndame al Dios que nada te niega. Obtenme la gracia de poderte imitar en el santo amor, tanto para Dios como para con el prójimo."

("Las Glorias de María" (segunda parte), San Alfonso María de Ligorio)

domingo, 24 de agosto de 2008

Salve, Reina de Misericordia

“Salve Reina de misericordia, Señora del mundo, Reina del cielo, Virgen de las vírgenes, luz de los ciegos, gloria de los justos, perdón de los pecadores, reparación de los desesperados, fortaleza de los lánguidos, salud del orbe, espejo de toda pureza.

Haga tu piedad que el mundo conozca y experimente aquella gracia que tú hallaste ante el Señor, obteniendo con tus santos ruegos perdón para los pecadores, medicina para los enfermos, fortaleza para los pusilánimes, consuelo para los afligidos, auxilio para los que peligran.

Por ti tengamos acceso fácil a tu Hijo, oh bendita y llena de gracia, madre de la vida y de nuestra salud, para que por ti nos reciba el que por ti se nos dio. Excuse ante tus ojos tu pureza las culpas de nuestra naturaleza corrompida: obténganos tu humildad tan grata a Dios el perdón de nuestra vanidad. Encubra tu inagotable caridad la muchedumbre de nuestros pecados: y tu gloriosa fecundidad nos conceda abundancia de merecimientos.

Oh Señora nuestra, Mediadora nuestra, y Abogada nuestra: reconcílianos con tu Hijo, recomiéndanos a tu Hijo, preséntanos á tu Hijo. Haz, oh Bienaventurada, por la gracia que hallaste ante el Señor, por las prerrogativas que mereciste y por la misericordia que engendraste, que Jesucristo tu Hijo y Señor nuestro, bendito por siempre y sobre todas las cosas, así como por tu medio se dignó hacerse participante de nuestra debilidad y miserias, así nos haga participantes también por tu intercesión de su gloria y felicidad.”

(San Bernardo)

viernes, 22 de agosto de 2008

Acueducto de la Gracia

“Hijos míos, ella es la escala de los pecadores, ella el gran motivo de mi confianza, ella el fundamento de mi esperanza. Has hallado gracia delante de Dios, dice el ángel. Felizmente. Ella siempre hallará gracia; y lo único que nosotros necesitamos es gracia.

Esta Virgen prudente no busca sabiduría, ni riquezas, ni honor, ni grandezas, sino gracia. Y nuestra salvación depende exclusivamente de la gracia. Hermanos, ¿para qué codiciar otras cosas? Busquemos la gracia y busquémosla por María, porque ella encuentra siempre lo que busca y jamás decepciona. Que otros se dediquen a acumular méritos: nuestro afán sea hallar gracia. ¿No estamos aquí por pura gracia? Por la misericordia del Señor no estamos aniquilados. ¿Qué somos nosotros? Somos apóstatas, homicidas, adúlteros, ladrones y la basura del mundo. Más entrad dentro de vosotros, hermanos, y ved como donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia.

Todo lo que pienses ofrecer no olvides encomendarlo a María, para que la gracia vuelva al dador de la gracia por el mismo cauce por donde fluyó. Dios sin duda alguna, pudo haber derramado esta gracia sin valerse de este Acueducto que es María; pero quiso ofrecerte este conducto. Esa pequeñez que quieres ofrecer procura depositarla en esas manos tan divinas y tan dignas de todo aprecio, y no serás rechazado."

("La gracia", San Bernardo)

miércoles, 20 de agosto de 2008

Alguien a quien amar

“Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.

Cuando sufra, dame alguien que necesite consuelo;
cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz de otro;
cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.

Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de alguno de mis minutos;
cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien;
cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.

Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite mi comprensión;
cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
cuando piense en mí misma, vuelve mi atención hacia otra persona.

Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos,
dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día,
también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.”


(Beata Teresa de Calcuta)

lunes, 18 de agosto de 2008

Fe de María

"Así como la Santísima Virgen es madre del amor y de la esperanza, así también es madre de la fe. "Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza" (Ecclo 24, 17). María, dice san Agustín, dando su consentimiento a la encarnación del Verbo, por medio de su fe abrió a los hombres el paraíso.

La Virgen tuvo más fe que todos los hombres y todos los ángeles juntos. Veía a su hijo en el establo de Belén y lo creía creador del mundo. Lo veía huyendo de Herodes y no dejaba de creer que era el rey de reyes; lo vió nacer y lo creyó eterno; lo vió pobre, necesitado de alimentos, y lo creyó señor del universo. Puesto sobre el heno, lo creyó omnipotente. Observó que no hablaba y creyó que era la sabiduría infinita; lo sentía llorar y creía que era el gozo del paraíso. Lo vió finalmente morir en la cruz, vilipendiado, y aunque vacilara la fe de los demás, María estuvo siempre firme en creer que era Dios. "Estaba junto a la cruz de Jesús su madre" (Jn 19, 25). María estaba sustentada por la fe, que conservó inquebrantable sobre la divinidad de Cristo.

San Ildefonso nos exorta: "Imitad la señal de la fe de María". Pero ¿cómo hemos de imitar esta fe de María? La fe es a la vez don y virtud. Es don de Dios en cuanto es una luz que Dios infunde en el alma, y es virtud en cuanto al ejercicio que de ella hace el alma. Por lo que la fe no sólo ha de servir como norma de lo que hay que creer, sino también como norma de lo que hay que hacer. San Agustín afirma: "Dices creo. Haz lo que dices, y eso es la fe. Esto es, tener una fe viva, vivir como se cree".

Roguemos a la Santísima Virgen que por el mérito de su fe nos otorgue una fe viva. ¡Señora, auméntanos la fe!"

("Las Glorias de María" (segunda parte), San Alfonso María de Ligorio)

domingo, 17 de agosto de 2008

Oración de la Asunción

¡Oh Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los hombres! Nosotros creemos, con todo el fervor de nuestra fe, en vuestra asunción triunfal en alma y cuerpo al cielo, donde sois aclamada Reina por todos los coros de los Ángeles y por toda la legión de los Santos; y nosotros nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que os ha exaltado sobre todas las demás criaturas, y para ofreceros el aliento de nuestra devoción y de nuestro amor.

Sabemos que vuestra mirada, que maternalmente acariciaba la humanidad humilde y doliente de Jesús en la tierra, se sacia en el cielo a la vista de la humanidad gloriosa de la Sabiduría increada y que la alegría de vuestra alma, al contemplar cara a cara a la adorable Trinidad, hace exultar vuestro Corazón de inefable ternura; y nosotros, pobres pecadores, a quienes el cuerpo hace pesado el vuelo del alma, os suplicamos que purifiquéis nuestros sentidos, a fin de que aprendamos desde la tierra a gozar de Dios, sólo de Dios, en el encanto de las criaturas.

Confiamos que vuestros ojos misericordiosos se inclinen sobre nuestras angustias, sobre nuestras luchas y sobre nuestras flaquezas; que vuestros labios sonrían a nuestras alegrías y a nuestras victorias; que sintáis la voz de Jesús, que os dice de cada uno de nosotros, como de su discípulo amado: Aquí está tu hijo; y nosotros, que os llamamos Madre nuestra, os escogemos, como Juan, para guía, fuerza y consuelo de nuestra vida mortal. Tenemos la vivificante certeza de que vuestros ojos, que han llorado sobre la tierra regada con la Sangre de Jesús, se volverán hacia este mundo, atormentado por la guerra, por las persecuciones y por la opresión de los justos y de los débiles, y entre las tinieblas de este valle de lágrimas esperamos de vuestra celestial luz y de vuestra dulce piedad, alivio para las penas de nuestros corazones y para las pruebas de la Iglesia y de la patria.

Creemos, finalmente, que en la gloria, donde reináis vestida de sol y coronada de estrellas; Vos sois, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los Ángeles, de todos los Santos; y nosotros, desde esta tierra donde somos peregrinos, confortados por la fe en la futura resurrección, volvemos los ojos hacia Vos, vida, dulzura y esperanza nuestra. Atraednos con la suavidad de vuestra voz para mostrarnos un día, después de nuestro destierro, a Jesús, fruto bendito de vuestro seno, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!”

(Oración del Papa Pío XII, al definir el dogma de la Asunción, en noviembre del año 1950)

viernes, 15 de agosto de 2008

Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo

“Pronunciamos, Declaramos y Definimos ser Dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrestre fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Por inescrutable designio divino, sobre los hombres de la presente generación, tan trabajada y dolorida, angustiada y desilusionada, pero también saludablemente inquieta en la búsqueda de un gran bien perdido, se abre un limbo luminoso de cielo, brillante de candor, de esperanza, de vida feliz, donde se sienta como Reina y Madre, junto al sol de la justicia, María.

(...) Por eso elevamos a tan excelsa criatura nuestros ojos confiadamente desde esta tierra, en este tiempo nuestro, en ésta nuestra generación, y gritamos a todos: ¡Arriba los corazones! A tantas almas inquietas y angustiadas, triste herencia de una época agitada y turbulenta, almas oprimidas, pero no resignadas, que no creen ya en la bondad de la vida y sólo aceptan como forzadas lo que cada día les trae, la humilde e ignorada niña de Nazareth, ahora gloriosa en los cielos, les abrirá visiones más altas y les animará a contemplar a qué destino y a qué obra fue sublimada Aquélla que, elegida por Dios para ser Madre del Verbo encarnado, acogió dócil la palabra del Señor.

Y vosotros, más particularmente cercanos a nuestro corazón, ansia atormentada de nuestros días y de nuestras noches, solicitud angustiosa de cada una de nuestras horas; vosotros, pobres, enfermos, prófugos, prisioneros, perseguidos, brazos sin trabajo y miembros sin techo, que sufrís, de cualquier familia y de cualquier país que seáis; vosotros, a quienes la vida terrena parece dar sólo lágrimas y privaciones, por muchos esfuerzos que se hagan y se deban hacer para venir en ayuda vuestra, elevad vuestra mirada hacia Aquélla que, antes que vosotros, recorrió los caminos de la pobreza, del desprecio, del destierro, del dolor, cuya alma misma fue atravesada por una espada al pie de la cruz, y que ahora fija sin titubeos sus ojos en la luz eterna.

A este mundo sin paz, martirizado por las desconfianzas mutuas, las divisiones, los contrastes, los odios, porque en él se ha debilitado la fe y se ha casi extinguido el sentido del amor y de la fraternidad en Cristo, a la vez que suplicamos con todo ardor que la Virgen asunta le marque el retorno al calor de afecto, y de vida en los corazones humanos, no descansamos de recordarle que nada debe jamás prevalecer sobre el hecho y sobre la conciencia de que todos somos hijos de una misma Madre, María, que vive en los Cielos, vínculo de unión del cuerpo místico de Cristo, como nueva Eva y nueva Madre de los vivientes, que quiere conducir a todos los hombres a la verdad y a la gracia de su Hijo divino.”

(Papa Pío XII, al definir el dogma de la Asunción, en noviembre del año 1950)

martes, 12 de agosto de 2008

Mujer Eucarística

"María es mujer "eucarística" con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.
Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: "¡Haced esto en conmemoración mía!", se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5). María parece decirnos: "no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así 'pan de vida'".


"Feliz la que ha creído" (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en "tabernáculo" –el primer "sagrario" de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como "irradiando" su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, en su participación en la celebración eucarística, las palabras de la Última Cena: "Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros" (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

"¡He aquí a tu madre!". Vivir la Eucaristía significa también tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía.

La Eucaristía, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama "mi alma engrandece al Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador", lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre "por" Jesús, pero también lo alaba "en" Jesús y "con" Jesús. Esto es precisamente la verdadera actitud eucarística. Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites.

(…) Dejadme, mis queridos hermanos que, con íntima emoción, en vuestra compañía y para confortar vuestra fe, os dé testimonio de fe en la Santísima Eucaristía. Aquí está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira. Dejadme que, como Pedro, yo le repita a Cristo, en nombre de toda la Iglesia: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

Pongámonos a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla asunta al cielo en alma y cuerpo vemos un resquicio del "cielo nuevo" y de la "tierra nueva" que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo. La Eucaristía es ya aquí, en la tierra, su prenda y, en cierto modo, su anticipación: "Veni, Domine Iesu!"

(Extracto de la encíclica Ecclesia de Eucharistia, del Papa Juan Pablo II)

lunes, 11 de agosto de 2008

La plenitud de la vida

"¿Qué quiere decir realmente estar “vivo”, vivir la vida en plenitud? Esto es lo que todos queremos, especialmente cuando somos jóvenes, y es lo que Cristo quiere para nosotros. En efecto, Él dijo: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. El instinto más enraizado en todo ser vivo es el de conservar la vida, crecer, desarrollarse y transmitir a otros el don de la vida. Por eso, es algo natural que nos preguntemos cuál es la mejor manera de realizar todo esto.

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Éste es, por así decirlo, el programa grabado en el interior de cada persona, si tenemos la sabiduría y la generosidad de conformarnos a él, si estamos dispuestos a renunciar a nuestras preferencias para ponernos al servicio de los demás, y a dar la vida por el bien de los demás, y en primer lugar por Jesús, que nos amó y dio su vida por nosotros. Esto es lo que los hombres están llamados a hacer, y lo que quiere decir realmente estar “vivo”.
Jesús os ofrece su amor incondicional: la plenitud de la vida se encuentra precisamente en la profunda amistad con él.

Que el Espíritu Santo os guíe por el camino de la vida, obedeciendo sus mandamientos, siguiendo sus enseñanzas, abandonando las decisiones erróneas que sólo llevan a la muerte, y os comprometáis en la amistad con Jesús para toda la vida. Que con la fuerza del Espíritu Santo elijáis la vida y el amor, y deis testimonio ante el mundo de la alegría que esto conlleva."

(Extracto del discurso del Papa a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney)

domingo, 10 de agosto de 2008

El protagonista de la misión

"Nuestro mundo está cansado de la codicia, de la explotación y de la división, del tedio de falsos ídolos y respuestas parciales, y de la pesadumbre de falsas promesas. Nuestro corazón y nuestra mente anhelan una visión de la vida donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se construya la unidad, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la identidad se encuentre en una comunión respetuosa. Esta es obra del Espíritu Santo. Ésta es la esperanza que ofrece el Evangelio de Jesucristo.

(...) Muchos jóvenes miran su vida con aprensión y se plantean tantos interrogantes sobre su futuro. Ellos se preguntan preocupados: ¿Cómo insertarse en un mundo marcado por numerosas y graves injusticias y sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que a veces parecen prevalecer? ¿Cómo dar sentido pleno a la vida? ¿Cómo contribuir para que los frutos del Espíritu, «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí», inunden este mundo herido y frágil, el mundo de los jóvenes sobre todo? No olvidemos que cuanto más grande es el don de Dios –y el del Espíritu de Jesús es el máximo– tanto más lo es la necesidad del mundo de recibirlo y, en consecuencia, más grande y apasionante es la misión de la Iglesia de dar un testimonio creíble de él.

Una vez más os repito que sólo Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de humanizar la humanidad y conducirla a su «divinización». Con la fuerza de su Espíritu, Él infunde en nosotros la caridad divina, que nos hace capaces de amar al prójimo y prontos para ponernos a su servicio. El Espíritu Santo ilumina, revelando a Cristo crucificado y resucitado, y nos indica el camino para asemejarnos más a Él, para ser precisamente «expresión e instrumento del amor que de Él emana». Sólo podemos ser testigos de Cristo si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, que es «el protagonista de la misión»."

(Mensaje del Papa Benedicto XVI a los jóvenes, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney)

viernes, 8 de agosto de 2008

La obra maestra de Dios

"María es la excelente obra maestra del Altísimo. Quien se ha reservado a sí mismo el conocimiento y posesión de Ella.
María es la Madre admirable del Hijo. Quien tuvo a bien humillarla y ocultarla durante su vida, para fomentar su humildad, llamándola mujer, como si se tratara de una extraña, aunque en su corazón la apreciaba y amaba más que a todos los ángeles y hombres.
María es la fuente sellada, en la que sólo puede entrar el Espíritu Santo, cuya Esposa fiel es Ella. María es el santuario y tabernáculo de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnífica y maravillosamente que en ningún otro lugar del universo sin exceptuar los querubines y serafines: a ninguna creatura, por pura que sea, se le permite entrar allí sin privilegio especial."


(San Luis María G. de Montfort)

"¿Qué buscamos siempre, aun sin especial atención, en todo lo que hacemos? Cuando nos mueve el amor de Dios y trabajamos con rectitud de intención, buscamos lo bueno, lo limpio, lo que trae paz a la conciencia y felicidad al alma. ¿Que no nos faltan las equivocaciones? Sí; pero precisamente, reconocer esos errores, es descubrir con mayor claridad que nuestra meta es ésa: una felicidad no pasajera, sino honda, serena, humana y sobrenatural.

Una criatura existe que logró en esta tierra esa felicidad, porque es la obra maestra de Dios: Nuestra Madre Santísima, María. Ella vive y nos protege; está junto al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, en cuerpo y alma. Es la misma que nació en Palestina, que se entregó al Señor desde niña, que recibió el anuncio del Arcángel Gabriel, que dio a luz a Nuestro Salvador, que estuvo junto a El al pie de la Cruz.

En Ella adquieren realidad todos los ideales; pero no debemos concluir que su sublimidad y grandeza nos la presentan inaccesible y distante. Es la llena de gracia, la suma de todas las perfecciones: y es Madre. Con su poder delante de Dios, nos alcanzará lo que le pedimos; como Madre quiere concedérnoslo. Y también como Madre entiende y comprende nuestras flaquezas, alienta, excusa, facilita el camino, tiene siempre preparado el remedio, aun cuando parezca que ya nada es posible."

(San Josemaría Escrivá de Balaguer)

miércoles, 6 de agosto de 2008

María es el árbol, y Jesús su único fruto

"En todo lugar donde esté Jesús –en el cielo, en la tierra, en los sagrarios o en los corazones- es fruto y obra de María y sólo María es el árbol de vida, y Jesús su único fruto. Por consiguiente, quien desee este fruto maravilloso en el corazón, debe poseer el árbol que lo produce. ¡Si deseas tener a Jesús, debes tener a María!
¡Introduzcamos - por decirlo así- a María en nuestra casa, consagrándonos a Ella como servidores y esclavos suyos! ¡Desprendámonos, en sus manos y en honor suyo, de todo cuanto más amamos, sin reservarnos nada! Y esta bondadosa Señora, que jamás se deja vencer en generosidad, se dará a nosotros de manera incomprensible, pero real.
Entre todos los medios que existen para poseer a Jesucristo, María es el más seguro, fácil, corto y santo."

(“El Amor de la Sabiduría Eterna”, de San Luis María G. de Montfort)

lunes, 4 de agosto de 2008

Todo con María, en María, por María y para María

"Que nadie se imagine, pues, que María -por el hecho de ser criatura- constituya un obstáculo para la unión con Dios. Ya no vive María; Cristo, o mejor, Dios sólo, vive en Ella. Su transformación en Dios supera a la de san Pablo y a la de los demás santos más de cuanto se eleva el cielo sobre la tierra. María se halla totalmente orientada hacia Dios y cuanto más nos acercamos a Ella tanto más íntimamente nos une a El.

La verdadera devoción a la Santísima Virgen consiste en consagrarte totalmente, con plena disponibilidad, a María, y por Ella a Jesucristo. Te comprometes, por tanto, a hacerlo todo con María, en María, por María y para María, a fin de hacer todo con Jesucristo, en Jesucristo, por Jesucristo y para Jesucristo."


("El Secreto de María", de San Luis María G. de Montfort)

sábado, 2 de agosto de 2008

La Oración, escuela de esperanza

"Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo.

De sus trece años de prisión, nueve de los cuales en aislamiento, el inolvidable Cardenal Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad."

(Carta Encíclica "Spe Salvi", Papa Benedicto XVI)