lunes, 29 de septiembre de 2008

El Custodio del Redentor

"Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24). Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.

(...) De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación.

En la liturgia se celebra a María como «unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de amor». Y es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. «Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella».

Este vínculo de caridad constituyó la vida de la Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias."

(Juan Pablo II, "Redemptoris Custos")

domingo, 28 de septiembre de 2008

La pureza de María la hace cercana a nuestros corazones

"Cada día, la oración del Ángelus nos ofrece la posibilidad de meditar unos instantes, en medio de nuestras actividades, en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. A mediodía, cuando las primeras horas del día comienzan a hacer sentir el peso de la fatiga, nuestra disponibilidad y generosidad se renuevan gracias a la contemplación del “sí” de María. Ese “sí” limpio y sin reservas se enraíza en el misterio de la libertad del María, libertad plena y total ante Dios, sin ninguna complicidad con el pecado, gracias al privilegio de su Inmaculada Concepción.

Este privilegio concedido a María, que la distingue de nuestra condición común, no la aleja, más bien al contrario la acerca a nosotros. Mientras que el pecado divide, nos separa unos de otros, la pureza de María la hace infinitamente cercana a nuestros corazones, atenta a cada uno de nosotros y deseosa de nuestro verdadero bien. Estáis viendo, aquí, en Lourdes, como en todos los santuarios marianos, que multitudes inmensas llegan a los pies de María para confiarle lo que cada uno tiene de más íntimo, lo que lleva especialmente en su corazón. Lo que, por miramiento o por pudor, muchos no se atreven a veces a confiar ni siquiera a los que tienen más cerca, lo confían a Aquella que es toda pura, a su Corazón Inmaculado: con sencillez, sin fingimiento, con verdad. Ante María, precisamente por su pureza, el hombre no vacila a mostrarse en su fragilidad, a plantear sus preguntas y sus dudas, a formular sus esperanzas y sus deseos más secretos. El amor maternal de la Virgen María desarma cualquier orgullo; hace al hombre capaz de verse tal como es y le inspira el deseo de convertirse para dar gloria a Dios.

María nos muestra de este modo la manera adecuada de acercarnos al Señor. Ella nos enseña a acercarnos a Él con sinceridad y sencillez. Gracias a Ella, descubrimos que la fe cristiana no es un fardo, sino que es como una ala que nos permite volar más alto para refugiarnos en los brazos de Dios.

“Santa María, tú que te apareciste aquí, hace ciento cincuenta años, a la joven Bernadette, ‘tú eres la verdadera fuente de esperanza’.
Como peregrinos confiados, llegados de todos los lugares, venimos una vez más a sacar de tu Inmaculado Corazón fe y consuelo, gozo y amor, seguridad y paz. ‘Monstra Te esse Matrem’. Muéstrate como una Madre para todos, oh María. Danos a Cristo, esperanza del mundo. Amén”.


(Benedicto XVI, Angelus 14 de septiembre en Lourdes)

miércoles, 24 de septiembre de 2008

El Modelo de Amor de la Joven: María

"Hemos recorrido la esencia del Cristianismo: el deber de amar a Dios es lo primero... Nada nos estimula tanto como encontrar un modelo concreto: El modelo absoluto, perfecto, total, es Cristo. Nadie se salva sino se configura a Cristo, el único Camino. La norma: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?

Pero Cristo no fue mujer y, sin embargo, es modelo para ellas. El modelo más asequible es María. Podemos copiar del original o de la copia... Copiemos de María... La copia más perfecta de Cristo, y toda humana, porque en Cristo hay la naturaleza divina, es Dios. María es totalmente hermana nuestra y madre nuestra.

El amor a Dios. Es por la gracia que se ama, y por la observancia de los mandamientos y consejos que se acrecienta. En María, la gracia: plena desde el instante de la Concepción. La observancia: jamás una falta venial; jamás un separarse en nada de la voluntad de Dios. “¡He aquí la esclava del Señor!” (Lc 1,38).

Nacida para observar con amor la voluntad del Padre de los cielos, se inmola en la realización de esa voluntad y, por amor al Padre de los cielos, abraza a todos los hombres como a sus hijos con el máximo sacrificio. Nada de quietismo: desde que recibe la noticia de la Encarnación, emprende el largo viaje de la visitación para servir, servir en oficios reales, difíciles, pronta, alegre, cortésmente; en Caná la hallamos sugiriendo a Jesús el primer milagro; por amor al Padre y a los hombres nos da a su Hijo cuando acepta ser Madre, y cuando luego Jesús quiere salir al mundo a predicar su doctrina. Acepta ser Madre de la gran familia y fue la consoladora.

Amor a José, su casto esposo: Amor dócil, humilde, obediente, sin exigencias estúpidas... Lo acepta no por pasión sino para que se realicen los planes de Dios; a los ojos de Dios... Amor que con ella llevó el sello de la pureza total; que en el matrimonio cristiano ha de ser puro, dentro de los fines que persigue.
[Amor] de donación a su marido: de Nazareth a Belén, de Belén a Egipto; en Nazareth la esposa solícita y hacendosa, que hacía de su casa un rincón de cielo, que acompaña a José hasta su último instante y muere en sus brazos.

Y el alma de su vida: Dios es su Hijo. In Iesu amore confluit, lo que da unidad y estabilidad a su vida... El Hijo de Dios es su Hijo. De su carne tomó carne; de su ser, alimento; ella veló su sueño... Y su amor consistía en copiarlo, en asemejarse más y más a Él, y en ser cada día más como Él... Vivía en la contemplación de Dios.

Amor no sensiblero (que lo sacrifica). Amor que le da fuerza para estar firme al pie de la Cruz (cf. Jn 19,25). Y su muerte de amor a Cristo.

Así debe ser nuestro amor, alimentado de Cristo: con la lectura, la comunión, la oración.

A Jesús por María, lema del Congreso por el que hay que trabajar con toda el alma. Vivir de los amores de María. Vivir de un amor que se inmola. Un mandamiento nuevo os doy: que améis (cf. Jn 13,34)."

(San Alberto Hurtado)

domingo, 21 de septiembre de 2008

El misterio del hombre

"Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre tambien en El la verdad sobre el hombre. El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual “recapitula” el camino del hombre, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida. Mirando la casa de Nazaret, se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios. Escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios. Siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros esta llamado, si se deja transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, cada misterio el Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.

Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con la santa humanidad del Redentor tantos problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida. «Descarga en el señor tu peso, y él te sustentará». Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario « marca el ritmo de la vida humana », para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia."

(Carta Apostólica "Rosarium Virginis Mariae", Juan Pablo II)

viernes, 19 de septiembre de 2008

"El mensaje de María es un mensaje de esperanza"

"Es significativo que en la primera aparición a Bernadette, María comience su encuentro con la señal de la Cruz, una iniciación a los misterios de la fe. La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza. Este misterio de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes.

La vocación primera del santuario de Lourdes es ser un lugar de encuentro con Dios en la oración, y un lugar de servicio fraterno, especialmente por la acogida a los que sufren. María sale a nuestro encuentro como la Madre. Mediante la luz que brota de su rostro, se trasparenta la misericordia de Dios. Ella nos recuerda aquí que la oración debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana; es indispensable para acoger la fuerza de Cristo.

La presencia de los jóvenes en Lourdes es también una realidad importante. (...) Cuando María recibió la visita del ángel, era una jovencita en Nazaret, que llevaba la vida sencilla y animosa de las mujeres de su pueblo. Y si la mirada de Dios se posó especialmente en Ella, fiándose, María quiere deciros también que nadie es indiferente para Dios.
No dejéis que las dificultades os descorazonen. María conocía cuánta era su debilidad ante la omnipotencia de Dios. Sin embargo, dijo “sí” sin vacilar. Y gracias a su sí, la salvación entró en el mundo, cambiando así la historia de la humanidad.

¡El mensaje de María es un mensaje de esperanza para todos los hombres y para todas las mujeres de nuestro tiempo, sean del país que sean! Me gusta invocar a María como “Estrella de la esperanza”, que nos ilumina y nos orienta en nuestro caminar. Por su sí, por el don generoso de sí misma, Ella abrió a Dios las puertas de nuestro mundo y nuestra historia. Nos invita a vivir en una esperanza inquebrantable, rechazando escuchar a los que pretenden que nos encerremos en el fatalismo.”

(Benedicto XVI, durante la Santa Misa el 14 de Sept. en Lourdes)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La sonrisa de María

"María está hoy en el gozo y la gloria de la Resurrección. Las lágrimas que derramó al pie de la Cruz se han transformado en una sonrisa que ya nada podrá extinguir, permaneciendo intacta, sin embargo, su compasión maternal por nosotros. María ama a cada uno de sus hijos, prestando una atención particular a quienes, como su Hijo en la hora de su Pasión, están sumidos en el dolor; los ama simplemente porque son sus hijos, según la voluntad de Cristo en la Cruz.

Los cristianos han buscado siempre la sonrisa de Nuestra Señora. Este sonreír de María es para todos; pero se dirige muy especialmente a quienes sufren, para que encuentren en Ella consuelo y sosiego. Buscar la sonrisa de María es la expresión justa de la relación viva y profundamente humana que nos une con la que Cristo nos ha dado como Madre.

En la sonrisa que nos dirige la más destacada de todas las criaturas, se refleja nuestra dignidad de hijos de Dios, la dignidad que nunca abandona a quienes están enfermos. Esta sonrisa, reflejo verdadero de la ternura de Dios, es fuente de esperanza inquebrantable. Sabemos que, por desgracia, el sufrimiento padecido rompe los equilibrios mejor asentados de una vida, socava los cimientos fuertes de la confianza, llegando incluso a veces a desesperar del sentido y el valor de la vida. Es un combate que el hombre no puede afrontar por sí solo, sin la ayuda de la gracia divina. Cuando la palabra no sabe ya encontrar vocablos adecuados, es necesaria una presencia amorosa; buscamos entonces no sólo la cercanía de los parientes o amigos, sino también la proximidad de los más íntimos por el vínculo de la fe. Y ¿quién más íntimo que Cristo y su Santísima Madre, la Inmaculada? Ellos son, más que nadie, capaces de entendernos y apreciar la dureza de la lucha contra el mal y el sufrimiento. La Carta a los Hebreos dice de Cristo, que Él no sólo "no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros" (cf. Hb 4,15).

Quisiera decir humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están tentados de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María! En la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la gracia de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que Dios quiera.

Sí, buscar la sonrisa de la Virgen María no es un infantilismo piadoso, es la aspiración, dice el salmo 44, de los que son "los más ricos del pueblo" (44,13). "Los más ricos" se entiende en el orden de la fe, los que tienen mayor madurez espiritual y saben reconocer precisamente su debilidad y su pobreza ante Dios. En una manifestación tan simple de ternura como la sonrisa, nos damos cuenta de que nuestra única riqueza es el amor que Dios nos regala y que pasa por el corazón de la que ha llegado a ser nuestra Madre. Buscar esa sonrisa es ante todo acoger la gratuidad del amor; es también saber provocar esa sonrisa con nuestros esfuerzos por vivir según la Palabra de su Hijo amado, del mismo modo que un niño trata de hacer brotar la sonrisa de su madre haciendo lo que le gusta. Y sabemos lo que agrada a María por las palabras que dirigió a los sirvientes de Caná: 'Haced lo que Él os diga'".

(Papa Benedicto XVI en la Santa Misa con los enfermos, en Lourdes, el 15 de Sept. 2008)

domingo, 14 de septiembre de 2008

Nuestra Sra. del Perpetuo Socorro

¡Oh Santísima Virgen María!
A fin de inspirarnos entera confianza,
quisiste tomar el dulcísimo nombre de Madre del Perpetuo Socorro.
Ruego que os dignéis socorrerme en todo tiempo y lugar:
en mis tentaciones, después de mis caídas,
en mis dificultades, en todas las miserias de mi vida,
y especialmente en la hora de mi muerte.
Dadme, ¡oh misericordiosa Madre!,
el pensamiento y el hábito de recurrir constantemente a Vos,
pues estoy cierto que si os invoco con fidelidad,
no dejaréis de socorrerme.
Alcánzame, pues, esta gracia de las gracias:
la de suplicaros incesantemente con la confianza de un niño,
a fin de que, en virtud de esta oración fiel,
obtenga vuestro Perpetuo Socorro y perseverancia final.
¡Bendecidme, oh tierna y bienhechora Madre,
y rogad por mí ahora y en la hora de mi muerte!

viernes, 12 de septiembre de 2008

«Pasó la noche orando a Dios. Al llegar el día, llamó a sus discípulos y escogió a doce de entre ellos...» (Lc 6, 12)

"Nuestra obra no es más que la expresión de nuestro amor por Dios. Este amor necesita a alguien que lo reciba, y de esta manera, la gente con la que nos encontramos nos dan el medio para poderlo expresar.

Tenemos necesidad de encontrar a Dios, y no le vamos a encontrar ni en la agitación ni en medio del ruido. Dios es amigo del silencio. ¡En medio de qué silencio crecen los árboles, las flores y la hierba! ¡Y en medio de qué silencio de mueven las estrellas, la luna y el sol! Nuestra misión ¿no es dar a Dios a los pobres de las barracas? Pero no un Dios muerto, sino al Dios vivo y amante. Cuanto más recibamos en la oración silenciosa, más podremos dar en nuestra vida activa. Tenemos necesidad de silencio para ser capaces de llegar a las almas. Lo esencial no es lo que decimos, sino lo que Dios nos dice y dice a través nuestro. Todas nuestras palabras serán vanas en tanto que no vendrán de lo más íntimo; las palabras que no transmiten la luz de Cristo, no sirven más que para aumentar las tinieblas.

Nuestro progreso en la santidad depende de Dios y de nosotros mismos, de la gracia de Dios y de nuestra voluntad de ser santos. Nos hace tomar en serio el compromiso vital de llegar a la santidad. «Quiero ser santo» significa: Quiero desligarme de todo lo que no es Dios, quiero despojar mi corazón de todas las cosas creadas, quiero vivir en la pobreza y en el desprendimiento, quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis caprichos y gustos, y hacerme el servidor dócil de la voluntad de Dios."

(Beata Teresa de Calcuta)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La familia que reza unida, permanece unida

"El Rosario es, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas, y ciertamente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria.

La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.

Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamente más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima. La familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino."

(Carta Apostólica "Rosarium Virginis Mariae", Juan Pablo II)

martes, 9 de septiembre de 2008

Una fiesta de la vida

“Yo pido este día de la fiesta del nacimiento de María que el niño que se forma en el cuerpo de la madre sea reconocido un hombre a todos los efectos y que a la futura madre se le tenga respeto y consideración con amor y sensibilidad.

¡Decid sí a la vida humana en todas sus fases! Con razón os esforzáis por la protección del ambiente, de las plantas y de los animales. Decid sí a la vida humana con mayor convicción aún, a esa vida que en la jerarquía de la creación se halla en el primer lugar entre todas las realidades creadas en el mundo visible. Salvad al hombre que todavía no ha nacido de la amenaza del hombre nacido que se arroga el derecho de tocar y destruir la vida de un niño en el seno materno.

La gran alegría que como fieles experimentamos por el nacimiento de la Madre de Dios y que hoy manifestamos solemnemente, comporta, a la vez, para todos nosotros una gran exigencia: debemos sentirnos felices por principio cuando en el seno de una madre se forma un niño y cuando luego ve la luz del mundo. Incluso cuando el recién nacido exige dificultades, renuncias, limitaciones y gravámenes, deberá ser acogido siempre y sentirse protegido por el amor de sus padres. El hombre responsable y sobre todo el fiel estarán en disposición de encontrar ―incluso con la ayuda de los otros― una solución digna del hombre también en situaciones difíciles. Él mismo madurará superando estos problemas y logrará una visión más clara del valor y dignidad, del sentido y la finalidad de la vida humana.

María, la aurora de la salvación que nos ha dado a luz a Cristo, el Sol de justicia, consiga para vosotros, por medio de su esplendor materno, esta clara visión de la que tanta necesidad tiene el hombre en el mundo actual. La fiesta de su nacimiento es para nosotros una fiesta de la vida.”

(Juan Pablo II)

lunes, 8 de septiembre de 2008

Natividad de María

"Tu nacimiento anunció la alegría a todo el mundo"
"Plenitud de los tiempos. Quizá se logre entender mejor lo que representa el nacimiento de la Virgen para la humanidad si se tiene en cuenta la condición de un encarcelado. Los días del encarcelado son largos, interminables... Cuenta los minutos de la última noche que transcurre en la cárcel. Después, finalmente, las puertas se abren: ¡ha llegado la hora tan esperada de la libertad! Esos minutos interminables, contados uno a uno, nos recuerdan las páginas evangélicas de la genealogía de Jesús. Unos nombres se suceden a otros con monotonía: "Abrahán engendró a lsaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá... Jesé engendró a David, el rey. David engendró a Salomón..." (Mt 1,2.6ab). Hasta que suena, finalmente, la hora querida por Dios: es la plenitud de los tiempos, el inicio de la luz, la aurora de la salvación: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo" (Mt 1 .16).
(...) Es María, la madre, sin la cual no se podría dar el nacimiento de Jesús. Ella es la puerta, por la que Él entró en el mundo, y esto no sólo de un modo externo: ella lo concibió según el corazón, antes de haberle concebido en el vientre, como dice muy acertadamente Agustín. El alma de María fue el espacio a partir del cual pudo realizarse el acceso de Dios a la humanidad. La creyente que llevó en sí la luz del corazón, trastocó, en oposición a los grandes y poderosos de la tierra, el mundo desde sus cimientos: el cambio verdadero y salvador del mundo sólo puede verificarse por las fuerzas del alma.”
(Homilía del Cardenal J. Ratzinger)
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"Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración, y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo. Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas..."
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¡Feliz Cumpleaños, María!

domingo, 7 de septiembre de 2008

Con gran prisa...

"El Ángel anuncia a María la noticia de Isabel, y María se levanta a ayudar al prójimo. Tan pronto es concebido el Verbo de Dios, María se levanta, hace preparativos de viaje y se pone en camino con gran prisa para ayudar al prójimo.

María ha comprendido su actitud de cristiana. Ella es la primera que fue incorporada a Cristo y comprende inmediatamente la lección de la Encarnación: no es digno de la Madre de Dios aferrarse a las prerrogativas de su maternidad para gozar la dulzura de la contemplación, sino que hay que comunicar a Cristo. Su papel es el de comunicar a Jesús a los otros.
Caridad real: Se levanta y va, y hace de sirvienta tres meses. Caridad real, activa, que no consiste en puro sentimentalismo... dispuesta a prestar servicios reales y que para ello se molesta y se sacrifica.

¿Excusas? ¡¡Cuatro días de viaje!! A través de caminos poco seguros. Las dificultades no detienen su caridad. Además, no le han pedido nada. Bastaría aguardar. Nadie se extrañaría. Así razona nuestro egoísmo cuando se trata de hacer servicios.

Parte prontamente: No espera que le avisen. ¡Ella, la Madre de Dios, da el primer paso! ¡Qué sincera es María en sus resoluciones! Ha dicho: «He aquí al Esclava del Señor», y lo realiza; recibe el aviso del Ángel, y parte. Este adelantarse en los favores, los duplica.

Como la Santísima Virgen, que parece no darse cuenta que se sacrifica. Sin ostentación, sin recalcar el servicio prestado, sin que a los cinco minutos ya lo sepa toda la comunidad, y quizás toda la ciudad. ¡Más bien, como si yo fuese el beneficiado! ¡Esa es la caridad, esa es la que gana los corazones! Un servicio prestado de mal humor, es echado a perder: «¡Dios ama al que da con alegría!» (2Co 9,7). ¡El que da con prontitud, da dos veces! Es el gran secreto del fervor: la prisa y el entusiasmo por hacer el bien.

No refugiarnos detrás de nuestra dignidad, esperando que los otros den el primer paso. La verdadera caridad no piensa sino en la posibilidad de hacer el servicio, como la verdadera humildad no considera aquello por lo que somos superiores, sino por lo que somos inferiores. «Estimando en más cada uno a los otros» (Rom 12,10). El gesto cristiano es amplio, bello, heroico, total. Se da sin medida y sin esperanza de retorno."

(San Alberto Hurtado, Meditación de retiro sobre la visitación de María a Santa Isabel)

sábado, 6 de septiembre de 2008

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad!

"¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti."

("Confesiones", San Agustín)

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Oración de Juan Pablo II en Lourdes

"¡Dios te salve María, mujer pobre y humilde,
bendecida por el Altísimo!
Virgen de la esperanza, profecía de tiempos nuevos,
nos asociamos a tu himno de alabanza
para celebrar las misericordias del Señor,
para anunciar la venida del Reino y la liberación total del hombre.

¡Dios te salve María, humilde servidora del Señor,
gloriosa Madre de Cristo!
Virgen fiel, morada santa del Verbo,
enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra,
a ser dóciles a la voz del Espíritu,
atentos a sus llamamientos en la intimidad de nuestra conciencia
y a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.

¡Dios te salve María, virgen dolorosa,
Madre de los vivos!
Virgen esposa ante la Cruz, nueva Eva,
sé nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos a vivir y a transmitir el amor de Cristo,
enséñanos a permanecer contigo
junto a las innumerables cruces
en las que tu Hijo todavía está crucificado.

¡Dios te salve María, mujer de fe,
primera entre los discípulos!
Virgen, Madre de la Iglesia, ayúdanos a testimoniar siempre
la esperanza que nos habita,
teniendo confianza en la bondad del hombre
y en el amor del Padre.
Enséñanos a construir el mundo, desde el interior:
en lo profundo del silencio y de la oración,
en la alegría del amor fraterno,
en la fecundidad insustituible de la Cruz.


Santa María, Madre de los creyentes,
Nuestra Señora de Lourdes,
ruega por nosotros.
Amén."

(Oración de Juan Pablo II al rezar el rosario en su visita a Lourdes)

martes, 2 de septiembre de 2008

"Madre mía, Tú que eres el mayor consuelo que recibo de Dios... Tú que eres el celestial alivio que suaviza mis penas... Tú que eres la luz de mi alma cuando se ve rodeada de tinieblas... Tú que eres mi guía en mis viajes... mi fortaleza en mis desalientos... mi tesoro en mi pobreza... mi medicina en mis enfermedades y mi consuelo en mis lágrimas.
Tú que eres el refugio de mis miserias y, después de Jesucristo, la esperanza de mi salvación, atiende a mis súplicas, ten piedad de mí como Madre que eres de un Dios que tiene tanto amor a los hombres.
¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!"

("Visita al Santísimo" , San Alfonso María de Ligorio)