domingo, 27 de diciembre de 2009

La Sagrada Familia

En el Evangelio no hallamos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De esta manera la ha consagrado como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad. En la vida que pasó en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a la autoridad de ellos durante todo el tiempo de su infancia y adolescencia (Lc 2,51-52). De tal forma puso en evidencia el valor primario de la familia en la educación de la persona. Por María y José, Jesús fue introducido en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Esto revela la más auténtica y profunda vocación de la familia: la de acompañar a cada uno de sus miembros en el camino del descubrimiento de Dios y del proyecto que Él ha dispuesto para ellos.

María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus Padres, Él conoció toda la belleza de la fe, del amor por Dios y por su Ley, así como las exigencias de la justicia, que halla pleno cumplimiento en el amor (Rm 13,10). De Ellos aprendió que en primer lugar hay que hacer la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre. La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el “prototipo” de cada familia cristiana que, unida en el Sacramento del matrimonio y alimentada de la Palabra y de la Eucaristía, está llamada a llevar a cabo la estupenda vocación y misión de ser célula viva no sólo de la sociedad, sino de la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano.

Invoquemos ahora juntos la protección de María Santísima y de San José para cada familia, especialmente para aquellas en dificultad. Que María Santísima y San José las sostengan para que sepan resistir a los impulsos disgregadores de cierta cultura contemporánea que mina las bases mismas de la institución familiar. Que ayuden a las familias cristianas a ser, en toda parte del mundo, imagen viva del Amor de Dios.

(S.S. Benedicto XVI, 1 Enero 2007)

martes, 15 de diciembre de 2009

(Oración de Juan Pablo II en Guadalupe)

¡Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos, y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo a su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén muy unidas, y bendice a la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestra culpas y pecados en el sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos, que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios, podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Madre de la Iglesia

"¡Qué alegría inmensa tener por madre a María Inmaculada! Cada vez que experimentamos nuestra fragilidad y la sugestión del mal, podemos dirigirnos a Ella, y nuestro corazón recibe luz y consuelo. Incluso en las pruebas de la vida, en las tempestades que hacen vacilar la fe y la esperanza, pensemos que somos sus hijos y que las raíces de nuestra existencia se hunden en la infinita gracia de Dios. La misma Iglesia, aunque está expuesta a las influencias negativas del mundo, encuentra siempre en Ella la estrella para orientarse y seguir la ruta indicada por Cristo. María es de hecho la Madre de la Iglesia…"

(Benedicto XVI, 8 de Diciembre 2009)