martes, 20 de julio de 2010

Pensamientos Marianos de San Rafael Arnáiz

“Llevo un mundo dentro de mí tan grande, y sin embargo, tan sencillo; no consiste más que en un amor muy grande a Jesús y una ternura infinita a María, ¿qué más puedo desear?”

“No te preocupes de las borrascas ni de las tormentas, ¿no tienes a María?”

“Me he propuesto que ames mucho a la Señora porque veo que es lo primero que tienes que hacer para ser santo y como te falta mucho, ese es el medio más rápido para empezar a amar a Dios: amar a su Madre.”

“La Virgen, desde el cielo nos mira…, ve nuestras faltas y miserias, pero si al mismo tiempo ve nuestro amor, todo lo barre y hace que nuestras débiles súplicas se presenten fervorosas a Dios.”

“Nadie sabe lo que es un Trapense loco y chiflado de amor a Dios y a la Virgen.”

“Creo que no hay temor en amar demasiado a la Virgen. Creo que todo lo que en la Señora pongamos, lo recibe Jesús ampliado. Yo creo que al amar a María, amamos a Dios, y que a Él no se le quita nada, sino todo lo contrario.”

“¡María!... ¿quién mejor que Ella para comprender, para ayudar, para consolar, para fortalecer?”

“Quisiera, Señor, mirar solamente al cielo, donde Tú me esperas, donde está María, donde están los santos y los ángeles bendiciéndote por una eternidad.”

“En la infinita misericordia de Dios quedan ocultas nuestras miserias, olvidos e ingratitudes. En su cruz… el consuelo que en nuestras penas nos niegan muchas veces los hombres. En su evangelio la única Verdad… Y en su Madre María, todo lo demás; ¿te parece poco?”

“¡Es tan buena la Virgen María! No hay pena que Ella no dulcifique, no hay alegría que Ella no santifique.”

“¡Qué bien conoce Dios el corazón del hombre, pequeño y asustadizo! ¡Qué bien conoce nuestra miseria, que nos pone ese puente que es María! ¡Qué bien hace el Señor las cosas!”

“Tú dices muchas veces «Todo por Jesús», ¿por qué no añades: «Todo por Jesús, y a Jesús por María»?”

“Honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús. Poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina. Invocando su nombre, parece que todo se suaviza. Y poniéndola como intercesora, ¿qué no conseguiremos de su Hijo Jesús?”

“La Virgen os quiere mucho, no os preocupéis.”

(La Virgen Madre, Fray Mª Rafael Arnáiz)

domingo, 27 de diciembre de 2009

La Sagrada Familia

En el Evangelio no hallamos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De esta manera la ha consagrado como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad. En la vida que pasó en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a la autoridad de ellos durante todo el tiempo de su infancia y adolescencia (Lc 2,51-52). De tal forma puso en evidencia el valor primario de la familia en la educación de la persona. Por María y José, Jesús fue introducido en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Esto revela la más auténtica y profunda vocación de la familia: la de acompañar a cada uno de sus miembros en el camino del descubrimiento de Dios y del proyecto que Él ha dispuesto para ellos.

María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus Padres, Él conoció toda la belleza de la fe, del amor por Dios y por su Ley, así como las exigencias de la justicia, que halla pleno cumplimiento en el amor (Rm 13,10). De Ellos aprendió que en primer lugar hay que hacer la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre. La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el “prototipo” de cada familia cristiana que, unida en el Sacramento del matrimonio y alimentada de la Palabra y de la Eucaristía, está llamada a llevar a cabo la estupenda vocación y misión de ser célula viva no sólo de la sociedad, sino de la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano.

Invoquemos ahora juntos la protección de María Santísima y de San José para cada familia, especialmente para aquellas en dificultad. Que María Santísima y San José las sostengan para que sepan resistir a los impulsos disgregadores de cierta cultura contemporánea que mina las bases mismas de la institución familiar. Que ayuden a las familias cristianas a ser, en toda parte del mundo, imagen viva del Amor de Dios.

(S.S. Benedicto XVI, 1 Enero 2007)

martes, 15 de diciembre de 2009

(Oración de Juan Pablo II en Guadalupe)

¡Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos, y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo a su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén muy unidas, y bendice a la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestra culpas y pecados en el sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos, que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios, podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Madre de la Iglesia

"¡Qué alegría inmensa tener por madre a María Inmaculada! Cada vez que experimentamos nuestra fragilidad y la sugestión del mal, podemos dirigirnos a Ella, y nuestro corazón recibe luz y consuelo. Incluso en las pruebas de la vida, en las tempestades que hacen vacilar la fe y la esperanza, pensemos que somos sus hijos y que las raíces de nuestra existencia se hunden en la infinita gracia de Dios. La misma Iglesia, aunque está expuesta a las influencias negativas del mundo, encuentra siempre en Ella la estrella para orientarse y seguir la ruta indicada por Cristo. María es de hecho la Madre de la Iglesia…"

(Benedicto XVI, 8 de Diciembre 2009)

viernes, 20 de noviembre de 2009

El eco fiel de Dios

"Siempre que piensas en María, Ella piensa por ti en Dios. Siempre que alabas y honras a María, Ella alaba y honra a Dios. Y yo me atrevo a llamarla "la relación de Dios", pues sólo existe con relación a El; o "el eco de Dios", ya que no dice ni repite sino Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios. Cuando Santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído, Ella –el eco fiel de Dios– exclamó: Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc 1,46). Lo que en esta ocasión hizo María, lo sigue realizando todos los días; cuando la alabamos, amamos, honramos o nos consagramos a Ella, alabamos, amamos, honramos y nos consagramos a Dios por María y en María."
(San Luis María G. de Montfort)

martes, 10 de noviembre de 2009

Amigos de Jesús y de María

Es imposible que encuentren amigos más fieles y poderosos en el cielo y sobre la tierra que Jesús, Rey de los ángeles, y que María, nuestra Señora y Reina del cielo. Si aman a Jesús, tomen su cruz, abrácenla y no la abandonen hasta que no estén junto a Jesús, verdadera luz, quien dijo: “El que me sigue no camina en tinieblas”. Si desean ser consolados en cualquier tribulación, acérquense a María, Madre de Jesús, que está de pie junto a la cruz, dolorida y bañada en lágrimas, y todo lo que los oprime se disipará o se volverá más soportable. Antes de morir, elijan a esta benignísima Madre de Jesús por encima de todos los parientes y de todos los amigos, como su Madre y Abogada; y salúdenla frecuentemente con el Ave María, que tan grata le es.

Si el enemigo maligno los tienta y les impide invocar a Dios y a María, no se preocupen y no dejen de alabarlos y de rezar; pero con más fervor invoquen a María, saluden a María, piensen en María, nombren a María, honren a María, inclínense ante María, recomiéndense a María. Permanezcan en casa con María; guarden silencio con María, disfruten con María; sufran con María, trabajen con María; velen con María, oren con María; caminen con María, estén sentados con María; busquen a Jesús con María, estrechen entre sus brazos a Jesús con María. Vivan en Nazaret con Jesús y María, vayan a Jerusalén con María, estén junto a la cruz de Jesús con María, lloren con María; sepulten a Jesús con María, resuciten con Jesús y con María, suban al cielo con Jesús y con María; anhelen vivir con Jesús y con María.

Si meditan bien estos temas, hermanos, y si deciden ponerlos en práctica, el diablo huirá a la vista de ustedes, que progresarán en la vida espiritual. María, en su clemencia, rogará gustosamente por ustedes; y Jesús la escuchará de muy buena gana, por el respeto que tiene por la Madre. Es muy poca cosa lo que llevamos a cabo. Pero si nos acercamos al Padre por medio de María y de su Hijo Jesús, obtendrNegritaemos misericordia y gracia en la tierra, y también gloria sin fin con ellos en el cielo.

Feliz el alma devota que en esta tierra tenga a Jesús y a María como íntimos amigos: comensales a la hora de comer, compañeros en los viajes, solícitos en la necesidad, consoladores en los sufrimientos, consejeros en las incertidumbres, auxiliadores en los peligros y en el momento de la muerte. Dichoso el que se considera peregrino en esta tierra y estima como la máxima alegría tener de huéspedes a Jesús y María en lo profundo de su corazón.

(Imitación de María, Tomás de Kempis)

jueves, 1 de octubre de 2009

Por qué te amo, María

Cantar, Madre, quisiera: ¡por qué te amo, María!,
por qué tu dulce nombre de alegría estremece
mi corazón, por qué de tu suma grandeza
la idea no le inspira temores a mi mente.
Si yo te contemplase en tu sublime gloria
eclipsando el fulgor de todo el cielo junto,
no podría creer que yo soy hija tuya;
bajaría los ojos sin mirar a los tuyos.

Para que un niño pueda a su madre querer,
debe ella compartir su llanto y sus dolores.
¡Madre mía querida, para atraerme a ti,
pasaste en esta vida amargos sinsabores…!
Contemplando tu vida según los Evangelios,
ya me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti;
y me resulta fácil creer que soy tu hija,
pues te veo mi igual en sufrir y morir…

Cuando un ángel del cielo te ofrece ser la Madre
del Dios que vive y reina toda la eternidad,
me admira que prefieras, María, ¡qué misterio!,
el tesoro inefable de la virginidad.
Comprendo que tu alma, Virgen Inmaculada,
le sea a Dios más amada que su eterna mansión,
comprendo que tu alma, humilde y dulce Valle,
contenga a mi Jesús, ¡Océano de amor…!

¡Oh, Madre muy amada, pese a mi pequeñez,
como tú yo poseo en mí al Omnipotente!
Mas no tiemblo de espanto al mirar mi flaqueza:
de la Madre el tesoro a la hija pertenece,
y yo soy tu hija, ¡oh mi Madre adorada!
tus virtudes, tu amor, ¿no están entre mis bienes?
Cuando a mi corazón desciende Jesús-Hostia,
¡cree posar en ti tu Cordero inocente…!

Tú me haces comprender que no es cosa imposible
caminar tras tus huellas, oh Reina de los santos;
al practicar tú siempre las virtudes humildes,
el camino del cielo dejaste iluminado.
Quiero ante ti, María, permanecer pequeña,
es pura vanidad lo grande de aquí abajo;
al verte visitar a tu prima Isabel,
aprendo caridad ardiente en sumo grado.

Puesto que el Rey del cielo quiso ver su Madre
sumergida en la noche y en la angustia del alma,
María, ¿es, pues, un bien sufrir en la tierra?
Sí, ¡sufrir aquí amando es la dicha más santa…!
Puede tomar de nuevo Jesús lo que me ha dado,
dile que no se enfade jamás conmigo en nada…
Si se quiere ocultar, me resigno a esperarle
hasta el día sin noche en que la fe se apaga...

A la espera del cielo, ¡oh, mi querida Madre!,
quiero vivir contigo, seguirte cada día,
y, en tanto te contemplo, yo me engolfo extasiada
y en tu corazón hallo de amor inmensas simas.
Tu mirada materna disipa mis temores
y me enseña a llorar y a gozar me adoctrina.
Y en vez de despreciar los goces puros, santos,
los quieres compartir, bendecirlos te dignas.

(...) Tú me apareces, Virgen, en lo alto del Calvario,
de pie junto a la Cruz, cual preste ante el altar,
ofreciendo a Jesús, tu Hijo, el Emmanuel,
a fin de la justicia de su Padre aplacar…
Un profeta dijo, ¡oh, Madre desolada!:
«¡No hay dolor que se pueda al tuyo comparar!»
¡Oh, Reina de los mártires!, ¡desterrada prodigas
por nosotros tu sangre, corazón maternal!

(...) Yo escucharé muy pronto esa dulce armonía,
iré muy pronto a verte en el hermoso cielo.
Pues viniste a sonreírme de mi vida en la aurora,
¡sonríeme en la tarde..., que ya va oscureciendo!
No temo el resplandor de tu gloria suprema,
he sufrido contigo y ahora yo deseo
cantar en tus rodillas, María, porque te amo,
¡y repetir por siempre que soy tu hija, quiero…!

(Santa Teresita de Lisieux)

jueves, 6 de agosto de 2009

La dulce muerte de los devotos de María

¡Bienaventurado, hermano mío, si en la hora de la muerte te encuentras ligado con las dulces cadenas del amor a la Madre de Dios! Estas cadenas son de salvación, que te aseguran tu salvación eterna y te harán gozar, en la hora de la muerte, de aquella dichosa paz, preludio y gusto anticipado del gozo eterno de la gloria. Refiere el P. Binetti que habiendo asistido a la muerte de un gran devoto de María, le oyó decir: “Padre mío, si supiera qué contento me siento por haber servido a la santa Madre de Dios. No sé expresar la alegría que siento”. (…) El mismo contento y alegría, sin duda, sentirás tu, devoto lector, si en la hora de la muerte te acuerdas de haber amado a esta buena Madre que siempre es fiel con los hijos que han sido fieles en servirla.
Y no impedirá estos consuelos el haber sido en otro tiempo pecador si de ahora en adelante te dedicas a vivir bien y a servir a esta Señora bonísima y sumamente agradecida. Ella, en tus angustias y en las tentaciones del demonio para hacerte desesperar, te ayudará y vendrá a consolarte en la hora de la muerte. (…)
Y aún cuando trataran de atemorizarte y quitar la confianza el recuerdo de los pecados cometidos, ella te animará, como aconteció con Adolfo, conde de Alsacia, quien habiendo dejado el mundo y habiéndose hecho franciscano, fue sumamente devoto de la Madre de Dios. Al final de sus días, al ver la vida pasada en el mundo y en el gobierno de sus vasallos, el rigor del juicio de Dios, comenzó a temer la muerte, con dudas sobre su eterna salvación. Pero María, que no descuida ante las angustias de sus devotos, se le apareció y lo animó con estas tiernas palabras: “Adolfo mío queridísimo, ¿por qué temes a la muerte si eres mío?” Como si le dijera: Adolfo mío, te has consagrado a mí; ¿por qué vas a temer ahora la muerte? Con tan regaladas expresiones se serenó del todo el siervo de María, desaparecieron los temores y con gran paz y contento entregó su alma.
Animémonos también nosotros, aunque pecadores, y tengamos confianza en que ella vendrá a asistirnos en la muerte y a consolarnos con su presencia si le servimos con todo amor en lo que nos queda de vida. (…) ¡Oh Dios mío! ¡Qué sublime consuelo al terminar la vida, cuando en breve se va a decidir la causa de nuestra eterna salvación, ver a la Reina del cielo que nos asiste y nos consuela y nos ofrece su protección!

(Las Glorias de María, San Alfonso María de Ligorio)

miércoles, 5 de agosto de 2009

¡Espere en María el que desespera!

"Con razón, mi Reina dulcísima, te saluda san Juan Damasceno y te llama esperanza de los desesperados. Con razón san Lorenzo Justiniano te llama esperanza de los malhechores; San Agustín, única esperanza de los pecadores; san Efrén, puerto seguro de los que naufragan. Con razón, finalmente, exhorta san Bernardo a los mismos desesperados a que no se desesperen, y lleno de ternura hacia su amada Madre le dice: “Señora, ¿quién no tendrá confianza en ti si socorres hasta a los desesperados? No dudo lo más mínimo en decir que siempre que acudamos a ti obtendremos lo que queremos. ¡Espere en ti el que desespera!”. Cuenta san Antonino que estando un hombre en desgracia de Dios pareció hallarse de pronto ante el tribunal de Jesucristo; el demonio lo acusaba y María lo defendía. El enemigo presentó en contra del reo la voluminosa cuenta de sus pecados, que puestos en la balanza de la justicia divina pesaban mucho más que todas sus buenas obras; pero ¿qué hizo su magnífica abogada? Extendió su dulce mano, la puso sobre el otro platillo y lo inclinó a favor de su devoto. Así le hizo comprender que ella le obtenía el perdón si cambiaba de vida, cosa que, en efecto, realizó aquel pecador convirtiéndose a una santa vida."

(Las Glorias de María, San Alfonso María de Ligorio)

martes, 4 de agosto de 2009

Amar a María

Ámenla cuanto puedan –dice san Ignacio mártir- que siempre María les amará más a los que la aman. Ámenla como un san Estanislao de Kostka, que amaba tan tiernamente a ésta su querida madre, que hablando de ella hacía sentir deseos de amarla a cuantos le oían. El que se había inventado nuevas palabras y títulos para celebrarla. No comenzaba acción alguna sin que, volviéndose a alguna de sus imágenes, le pidiera su bendición. Cuando él recitaba el oficio, el Rosario u otras oraciones, las decía con tal afecto y tales expresiones como si hablara cara a cara con María. Cuando oía cantar la salve se le inflamaba el alma y el rostro. Preguntándole un padre de la Compañía, una vez en que iban a visitar una imagen de la Virgen santísima, cuánto la amaba, le respondió: “Padre, ¿qué mas puedo decirle? ¡Si ella es mi madre!” Y el padre dijo después que el santo joven profirió esas palabras con tal ternura de voz, de semblante y de corazón, que ya no parecía un joven, sino un ángel que hablase del amor a María. (…)
Ámenla como un san Felipe Neri, quien con solo pensar en María se derretía en tan celestiales consuelos que por eso la llamaba sus delicias. Ámenla como un san Buenaventura, que la llamaba no sólo su señora y madre, sino que para demostrar la ternura del afecto que le tenía llegaba a llamarla su corazón y su alma. Ámenla como aquel gran amante de María, san Bernardo, que amaba tanto a esta dulce madre que la llamaba robadora de corazones, por lo que el santo, para expresar el ardiente amor que le profesaba, le decía: “¿Acaso no me has robado el corazón?” Llámenla “su inmaculada”, como la llamaba san Bernardino de Siena, que todos los días iba a visitar una devota imagen para declararle su amor con tiernos coloquios que mantenía con su reina; y por eso, a quien le preguntaba a dónde iba todos los días, le respondía que iba a buscar a su enamorada. Ámenla cuanto un san Luis Gonzaga, que ardía tanto y siempre en amor a María, que sólo con oír el dulce nombre de su querida madre al instante se le inflamaba el corazón y se le encendía el rostro a la vista de todos. Ámenla cuanto un san Francisco Solano, quien como enloquecido con santa locura en amor a María, acompañándose con una vihuela, se ponía a cantar coplas de amor delante de la santa imagen, diciendo que así como los enamorados del mundo, él le daba la serenata a su amada reina.
Ámenla cuanto la han amado tantos siervos suyos que no sabían qué hacer para manifestarle su amor. (…) Deseen hasta dar la vida como prueba de amor a María…

(Las Glorias de María, San Alfonso María de Ligorio)