sábado, 27 de diciembre de 2008

Mira la estrella, invoca a María

¡Oh! tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella.
Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se interpone en tu camino, mira la estrella, invoca a María.
Si eres balanceado por las agitaciones del orgullo, de la ambición, de la murmuración, de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros sacuden la frágil embarcación de tu alma, levanta los ojos hacia María.
Si, perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso antes las torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del Juicio, comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de tristeza, a despeñarse en el abismo de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.
Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su vida.
Siguiéndola, no te extraviarás, rezándole, no desesperarás, pensando en Ella, evitarás todo error.
Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin. Y así verificarás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho: Y el nombre de la Virgen era María.

(San Bernardo, “Super missus”, 2ª homilía, 17)

jueves, 25 de diciembre de 2008

¡Feliz Navidad!

«A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada» (cf. Lc 2,6).
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Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo. Podemos imaginar con cuánta preparación interior, con cuánto amor, esperó María aquella hora. El breve inciso, «lo envolvió en pañales», nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se encontrara bien atendido. (...)
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De la misma manera que en Lucas encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, así también nos dice Juan: «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin duda una realidad que vemos cotidianamente. Pero nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. (...)
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El poder que proviene de la Cruz, el poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza. El establo se transforma en palacio; precisamente a partir de este inicio, Jesús edifica la nueva gran comunidad, cuya palabra clave cantan los ángeles en el momento de su nacimiento: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama», hombres que ponen su voluntad en la suya, transformándose en hombres de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo.
En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto. (...)
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El corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo. Y si salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces, se renueva también la tierra. Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo.

(extracto de la homilía de SS. Benedicto XVI en la Misa del 25 de Dic. del 2007)

lunes, 22 de diciembre de 2008

El Papa habla a los niños

“Muchos dicen que los muchachos son caprichosos, que nunca están satisfechos, que consumen un juego tras otro sin quedarse contentos. Vosotros, sin embargo, decís: Jesús, ¡me bastas Tú!

Nos bastas Tú, sobre todo cuando te suplicamos que escuches siempre nuestras oraciones, para que el mundo sea más hermoso y más bueno para todos. Nos bastas Tú porque nos perdonas cuando hacemos alguna trastada; nos bastas Tú porque si nos perdemos nos buscas y nos tomas en brazos como hiciste con la oveja perdida. Nos bastas Tú porque tienes una Mamá guapísima que, antes de que murieras en la cruz, quisiste que se convirtiera también en nuestra Mamá.

La Acción Católica tiene como fin verdadero ayudaros a ser santos: por eso os ayuda a encontrar a Jesús, a amar a su Iglesia y a interesaros por los problemas del mundo. ¿No es verdad que os estáis preocupando de los niños y jóvenes menos afortunados que vosotros? ¿No es verdad que con el “mes de la paz” podéis hacer apreciar la paz también a tantos adultos, porque sabéis vivir en paz entre vosotros?

Vosotros podéis pedir al Señor que cambie el corazón de los fabricantes de armas, que haga entrar en razón a los terroristas, que convierta el corazón de quien piensa siempre en la guerra y ayude a la humanidad a construir un futuro mejor para todos los niños del mundo. Estoy seguro de que rezaréis también por mí, ayudándome así en la difícil misión que el Señor me ha confiado.”

(Papa Benedicto XVI en reunión con los niños y jóvenes de la Acción Católica Italiana)

viernes, 19 de diciembre de 2008

El silencio de San José

El silencio de san José es un silencio impregnado de la contemplación del misterio de Dios, en una actitud de disponibilidad total a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino por el contrario, una plenitud de fe que lleva en su corazón, y guía cada uno de sus pensamientos y cada una de sus acciones. Un silencio gracias al cual José, al unísono con María, conserva la Palabra de Dios, conocida a través de las Santas Escrituras, confrontándolas permanentemente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración continua, de bendición del Señor, de adoración de su voluntad y de confianza absoluta en su providencia.

¡Dejémonos "contaminar" por el silencio de san José! Tenemos necesidad de ello en un mundo a menudo tan ruidoso que no favorece en absoluto el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación a la Navidad, cultivemos el recogimiento interior, para acoger y conservar a Jesús en nuestra vida.

(SS. Benedicto XVI)

martes, 16 de diciembre de 2008

La devoción a María

"Yo quisiera que todos los cristianos tuvieran hambre y sed de esta devoción. Amad, amigo mío, amad, y amad muchí­simo, a María.

Y para que suba más de punto vuestra devoción, os diré que debemos amar a María Santísima: 1° Porque Dios lo quiere. 2° Porque ella lo merece. 3° Porque nosotros lo necesitamos, por ser ella un poderosísimo medio para obtener todas las gracias corporales y espirituales y, finalmente, la salud eterna.

El eterno Padre la escogió por Hija suya muy amada; el Hijo eterno la tomó por Madre, y el Espíritu Santo, por Esposa; toda la Santísima Trinidad la ha coronado por Reina y Emperatriz de cielos y tierra y la ha constituido despensera de todas las gracias.

Debemos amar a María porque su devoción es un medio poderosísi­mo para alcanzar la salvación. María puede salvar a sus devotos, porque es la puerta del cielo; María quiere, porque es la madre de misericordia; María lo hace, porque ella es la que obtiene la gracia justificante a los pecado­res, el fervor a los justos y la perseverancia a los fervorosos; por esto, los Santos Padres la llaman la rescatadora de los cautivos, el canal de la gracia y la despensera de las misericor­dias. Por esto se ha dicho que el ser devoto de María es una señal de predestinación, así como es una marca de reprobación el no ser devoto o adverso de María.

La razón es muy clara. Nadie se puede salvar sin el auxilio de la gracia que viene de Jesús, como cabeza que es de la Iglesia o cuerpo, y María es como el cuello que junta, por decirlo así, el cuerpo con la cabeza; y así como el influjo de la cabeza al cuerpo ha de pasar por el cuello, así, pues, las gracias de Jesús pasan por María y se comunican al cuerpo o a los devotos, que son sus miembros vivos: In Christo fuit plenitudo gratiae sicut in capite fluente; in Maria sicut in collo transfundente.

En María, después de Jesús, hemos de poner toda nuestra confianza y esperanza de nuestra eterna salvación.
¡Oh!, dichoso el que invoca a María con confianza, que él alcanzará el perdón de sus pecados, por muchos y por graves que sean; alcanzará la gracia y, finalmente, ¡la gloria del Cielo!"

(Carta a un devoto del Corazón de María, de San Antonio María Claret)

domingo, 14 de diciembre de 2008

Caná de Galilea

¡Faltó el vino! ¡Pero allí estaba María felizmente! Ella con su intuición femenina vio el ir y venir, el cuchicheo, los jarros que no se llenaban... Y sintió toda la amargura de la pareja que iba a ver aguada su fiesta, la más grande de su vida... Sintió su dolor como propio. ¡Comprensión! de los dolores ajenos... No decir esas palabras huecas que no significan nada... y menos aún pasar de largo. Cuando hay un dolor, que allí estemos.

Y Ella comprendió que Ella podía hacer algo, y que Él lo podía hacer todo. ¡Ah! María comprendió que no era su hora, pero que no le iba a decir que no, a Ella su Madre. Y Ella que había comprendido como nadie el sentido de la Encarnación, que era un mensaje de amor, de redención, de elevación, de pacificación, de alegría para las almas, comprende también que Jesús estará feliz de anticipar esa hora para alegrarla a Ella y para mostrar la preeminencia de la caridad sobre toda consideración. Y por eso con llaneza y seguridad únicas dice a los sirvientes: "Haced cuanto Él os dijere" (Jn 2,5).

¡Oh, María, contigo estoy tranquilo! Vela tú por mí, que el infierno nada podrá en contra mía, y Jesús, tu Hijo, fruto bendito de tus entrañas, se plegará a tus dulces deseos. ¡Y Jesús obra a su manera! ¡Qué manerita! ¡Si parece que quisiera tomarnos el pelo! ¿Falta vino? ¡¡Pues echen agua a las tinajas!! Y ahora lleven esa agua al maestresala. A la base de la fe, está la "rendición incondicional" y por eso parece que ahora, como entonces, quiere exigir de nosotros ese salto en el vacío, ese abrazar su autoridad, ese paso de la lógica a la fe, de las razones a la aceptación del misterio, porque es Él quien lo dice y nada más, motivo formal de la fe.

La fe, ¡base de toda vida cristiana! El primer contacto del hombre con Dios es por la fe. "¡Sin fe es imposible complacer a Dios!" (Heb 11,6). ¿Cómo obtenerla? Pedirla, suplicarla, actuarse; humildad de corazón. Realizar la verdad, porque "el que obra la verdad, va a la luz".

(San Alberto Hurtado)

sábado, 13 de diciembre de 2008

La esperanza

La esperanza, por su naturaleza, para ser auténtica esperanza, capaz de superar los límites estructurales del hombre, exige totalidad y plenitud, exige apertura al misterio infinito, a Dios.
Todo otro tipo de esperanza que no sea Dios es radicalmente insuficiente. No por razones morales o ética, más simplemente porque el corazón exige más, exige la totalidad. La realidad, de la cual el hombre es parte y de la cual es ‘excelente’, se muestra abierta, incluso necesaria y mendicante de una esperanza infinita.
Esta necesidad, si es escuchada y tematizada adecuadamente, genera una gran y misteriosa solidaridad entre los hombres que, reunidos por la misma exigencia, pueden “mendigar esperanza” juntos.
En este sentido, quien no conoce a Dios no tiene esperanza: sin la gran esperanza que, justamente por ser infinita y paradójicamente manifestada en la historia como amor, es la única ‘adecuada’ al corazón del hombre, incluso excediendo la necesidad y la limitada capacidad de acogida, conocimiento e imitación.
Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto.
Su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es ‘realmente’ vida.

(SS. Benedicto XVI)

miércoles, 10 de diciembre de 2008

"Si la convicción sobre la concepción inmaculada de María existía ya muchos siglos antes de la aparición de Lourdes, ésta añadió un sello celeste después de que mi antecesor, el beato Pío IX, definió el dogma el 8 de Diciembre de 1854.

En María reconocemos la "sonrisa de Dios", el reflejo inmaculado de la luz divina; en Ella encontramos la nueva esperanza, incluso en medio de los problemas y los dramas del mundo. A la Madre se le ofrecen las alegrías, pero también las preocupaciones, convencidos de encontrar en ella el consuelo para no abatirse y salir adelante.

¡Enséñanos María a ser solidarios con los que atraviesan dificultades, a colmar las desigualdades sociales, cada vez más grandes! Tu belleza nos asegura que es posible la victoria del amor; todavía más: es cierta. Nos garantiza que la gracia es más fuerte que el pecado y por lo tanto es posible el rescate de cualquier esclavitud. ¡Oh María!, tu nos ayudas a creer con más confianza en el bien, a apostar por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad. Nos alientas a permanecer despiertos, a no ceder a la tentación de evasiones fáciles, a hacer frente a la realidad con valor y responsabilidad.

Sé una madre amorosa para nuestros jóvenes, para que tengan el valor de ser centinelas del mañana y otorga esta virtud a todos los cristianos, para que sean alma del mundo en esta época no fácil de la historia."

(SS. Benedicto XVI)

lunes, 8 de diciembre de 2008

Inmaculada Concepción de María

"Declaramos, afirmamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María, en el primer instante de su Concepción, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original, ha sido revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles."
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(SS. Pío IX, 8 de dic. 1854, Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción)
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Con el más profundo y tierno amor felicitemos a nuestra cariñosa Madre, María, y digámosle con la más fervorosa devoción:
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Dios te salve Inmaculada María, Hija de Dios Padre. Dios te salve Inmaculada María, Madre de Dios Hijo. Dios te salve Inmaculada María, Esposa de Dios Espíritu Santo. Dios te salve Inmaculada María, Madre y Abogada de los pobres pecadores.
Bendita eres entre todas las mujeres. Tú eres la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel y el honor de nuestro pueblo. Tú eres el amparo de los desvalidos, el consuelo de los afligidos, y el norte de los navegantes. Tú eres la salud de los enfermos, el aliento de los moribundos y la puerta del Cielo.
Tú eres, después de Jesús, fruto bendito de tu vientre, toda esperanza, ¡oh clemente, oh pía, oh dulce Virgen e Inmaculada María!
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(San Antonio María Claret)

sábado, 6 de diciembre de 2008

María, sin pecado concebida

“Toda hermosa eres, María, y no hay en Ti mancha original.”

La Iglesia Católica enseña que María es Inmaculada. Con este título se expresa aquel privilegio singular por el cual la Madre de Dios, al ser concebida, no contrajo la mancha del pecado original.

Creemos como verdad de fe, que el alma de María desde el primer instante de su existencia, estuvo adornada con la gracia santificante. Creemos que no hubo momento alguno en el cual María se hallase en enemistad con Dios; creemos que en ninguna circunstancia de su vida, ni siquiera en el instante de su concepción, estuvo sometida a la esclavitud del demonio, proveniente del pecado.

En esta inmunidad de la mancha del pecado original y posesión de la gracia santificante, desde el primer instante de su existencia, consiste pues la Inmaculada Concepción de María.

Este privilegio muy glorioso, verdadero milagro espiritual, fue que la omnipotencia de Dios la preservó en su concepción del pecado original, lo cual fue concedido en vista de los merecimientos de Nuestro Señor Jesucristo, que en tanto para todos obran restaurando y reparando en ellos lo que el pecado destruye, para María obraron en manera mucho más elevada y profunda, a saber, preservándola de la caída del pecado.

De la misma manera que al pasar el Arca de la Alianza, la mano omnipotente de Dios detuvo ante los israelitas las aguas del Jordán, que no se atrevieron a tocarla (Josué 3,15-16), cuando llegó María a la existencia, el poder misericordioso de Dios detuvo junto a Ella las aguas que traían la infección universal del pecado, no permitiendo que tocaran ni mancharan a aquella criatura escogida entre todas para ser la Madre del Verbo Encarnado.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Os invito a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestra penas, pidiéndole que os ayude a conocer y a seguir a Jesús.
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(San Josemaría)

lunes, 1 de diciembre de 2008

El Amor es siempre la respuesta

"Cualquiera que sea la pregunta, la respuesta es el Amor. Cualquiera que sea el problema, la respuesta es el Amor. Cualquiera que sea la enfermedad, el dolor, el miedo, la respuesta es el Amor. El Amor es siempre la respuesta... porque el Amor es todo lo que existe."

(Beata Teresa de Calcuta)