lunes, 1 de junio de 2009

La fe de María sostuvo la de los discípulos hasta el encuentro con el Señor resucitado, y siguió acompañándoles también después de su Ascensión, a la espera del "bautismo en el espíritu Santo". En Pentecostés, la Virgen Madre aparece de nuevo como Esposa del Espíritu, por una maternidad universal respecto de todos aquellos que han sido generados por Dios por la fe en Cristo. Por eso, María es para todas las generaciones imagen y modelo de la Iglesia, que junto al Espíritu camina en el tiempo invocando el retorno glorioso de Cristo: Ven, Señor Jesús.

Los apóstoles el día de Pentecostés no tenían ningún temor, porque se sentían en las manos del más fuerte. El Espíritu de Dios, donde entra, aleja el miedo; nos hace conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: independientemente de lo que suceda, su amor infinito no nos abandona.

Lo demuestra el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el empuje intrépido de los misioneros, la franqueza de los predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños. Lo demuestra la existencia misma de la Iglesia, que a pesar de los límites y culpas de los seres humanos, sigue atravesando el océano de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificador.

(Papa Benedicto XVI, 01/06/09)

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