jueves, 18 de junio de 2009

Pensamientos de la Madre Teresa de Calcuta

“La Misa es el alimento espiritual que me sustenta y sin el cual no podría vivir un solo día o una sola hora de mi vida.”

“María debe ser la fuente de nuestra alegría; ella, que fue la maestra en el servicio gozoso a los demás. La alegría era su fuerza; sólo la alegría de saber que tenía a Jesús en su seno podía hacerla ir a las montañas para hacer el trabajo de una sierva en casa de su prima Isabel. De la misma manera nosotros, con Jesús en nuestro corazón, debemos servir a los demás con alegría.”

“Deben permitir que el Padre sea un jardinero, que corta y poda. Si sienten que son podados no se preocupen. Él tiene sus motivos para hacerlo, ustedes deben dejar que lo haga. Recuerden que la Pasión de Cristo desemboca siempre en la alegría de la Resurrección, para que cuando sientan en su corazón los sufrimientos de Cristo, tengan bien presente que luego llegará la resurrección.”

“Nuestro ideal no puede ser nada distinto de Jesús. Debemos pensar como Él piensa, amar como Él ama, desear como Él desea. Debemos permitirle que disponga y se sirva totalmente de nosotros.”


“El amor llega a aquel que espera, aunque lo hallan decepcionado; a aquel que aun cree, aunque haya sido traicionado: a aquel que todavía necesite amar, aunque antes haya sido lastimado; a aquel que tiene coraje y fe para construir la confianza de nuevo.”

“Supliquemos a María que haga nuestro corazón manso y humilde como modeló el corazón de su Hijo. Pues por medio de Ella y en Ella fue como se forjó el corazón de Jesús.”

“Prometamos convertir nuestra comunidad en un nuevo Belén, en otro Nazaret. Amémonos mutuamente como amamos a Jesús. En el hogar de Nazaret se respiraba amor, unidad, oración, sacrificio y trabajo infatigable; pero, sobre todo, una profunda comprensión, mutua estima y permanente solicitud de todos por todos.”

“El camino a la santidad comienza dejándonos vaciar y transformar por el mismo Jesús, para que Él llene nuestro corazón y podamos luego dar de nuestra abundancia. Buscándolo, porque su conocimiento nos hará fuertes. Amándolo sin mirar atrás, sin temores, convencidos de que sólo Él es la Vida. Sirviéndolo, rechazando y olvidando todo lo que nos atormenta, porque es Él quien nos ayudará en el camino elegido. No estamos solos, ¡confiemos en Él!”

“Seamos fieles en las cosas pequeñas, porque ahí estará nuestra fortaleza. Miremos el ejemplo de la lámpara que arde con el aporte de pequeñas gotitas de aceite, y sin embargo da mucha luz. Las gotitas de aceite de nuestras lámparas son las cosas pequeñas que realizamos diariamente: la fidelidad, la puntualidad, las palabras bondadosas, las sonrisas, nuestra actitud amorosa hacia los demás. No hay nada que sea pequeño a los ojos de Dios, Él mismo se tomó la molestia de hacerlas para enseñarnos cómo actuar; por eso se transformaron en infinitas.
Empieza transformando todo lo que haces en algo bello para Dios.”

“La alegría de Jesús es nuestra fortaleza.”

martes, 2 de junio de 2009

Pobreza de María

Nuestro amado Redentor, para enseñarnos a desprendernos de los bienes efímeros, quiso ser pobre en la tierra. "Por vosotros se hizo pobre siendo rico, y con su pobreza todos hemos sido enriquecidos" (2Co 8,9). Por eso Jesús exhortaba al que quería seguirle: "Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y ven y sígueme" (Mt 19,21). La discípula más perfecta y que mejor siguió su ejemplo fue María. Se cuenta en las revelaciones de santa Brígida que le dijo la Virgen: “Desde el principio resolví en mi corazón no poseer nada en el mundo”. Por amor a la pobreza no se desdeñó en casarse con un trabajador como lo era José y en sustentarse con el trabajo de sus manos, como coser y cocinar. Reveló el ángel a santa Brígida que las riquezas de este mundo eran para María como el barro que se pisa. Y así vivió siempre pobre.

La virtud de la pobreza abarca todos los demás bienes. Dije "la virtud de la pobreza", que no consiste en ser pobre, sino en amar la pobreza. Por eso afirma Jesucristo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5,3). Bienaventurados porque no quieren otra cosa más que a Dios y en Dios encuentran todo bien y encuentran en la pobreza su paraíso en la tierra, como lo entendió san Francisco al decir: "Mi Dios y mi todo". Y roguemos al Señor con san Ignacio: “Dame sólo tu amor, que si me das tu gracia soy del todo rico”. Y cuando nos aflija la pobreza, consolémonos sabiendo que Jesús y su Madre santísima han sido pobres como nosotros. El pobre puede recibir mucho consuelo con la pobreza de María y la de Cristo.

("Las Glorias de María" (segunda parte), San Alfonso María de Ligorio)

lunes, 1 de junio de 2009

La fe de María sostuvo la de los discípulos hasta el encuentro con el Señor resucitado, y siguió acompañándoles también después de su Ascensión, a la espera del "bautismo en el espíritu Santo". En Pentecostés, la Virgen Madre aparece de nuevo como Esposa del Espíritu, por una maternidad universal respecto de todos aquellos que han sido generados por Dios por la fe en Cristo. Por eso, María es para todas las generaciones imagen y modelo de la Iglesia, que junto al Espíritu camina en el tiempo invocando el retorno glorioso de Cristo: Ven, Señor Jesús.

Los apóstoles el día de Pentecostés no tenían ningún temor, porque se sentían en las manos del más fuerte. El Espíritu de Dios, donde entra, aleja el miedo; nos hace conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: independientemente de lo que suceda, su amor infinito no nos abandona.

Lo demuestra el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el empuje intrépido de los misioneros, la franqueza de los predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños. Lo demuestra la existencia misma de la Iglesia, que a pesar de los límites y culpas de los seres humanos, sigue atravesando el océano de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificador.

(Papa Benedicto XVI, 01/06/09)
Una de las invocaciones más profundas las letanías al Sagrado Corazón dice así: "Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, ten misericordia de nosotros”. Encontramos aquí el eco de un articulo central del Credo, en el que profesamos nuestra fe en "Jesucristo, Hijo único de Dios", que "bajo del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”. La santa humanidad de Cristo es, por consiguiente, obra del Espíritu divino y de la Virgen de Nazaret.

Es obra del Espíritu. Esto afirma explícitamente el Evangelista Mateo refiriendo las palabras del Ángel a José: "Lo engendrado en Ella (María) es del Espíritu Santo" (Mt1,20); y lo afirma también el Evangelista Lucas, recordando las palabras de Gabriel a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35).

El Espíritu ha plasmado la santa humanidad de Cristo: su cuerpo y su alma, con toda la inteligencia, la voluntad, la capacidad de amar. En una palabra, ha plasmado su corazón. La vida de Cristo ha sido puesta enteramente bajo el signo del Espíritu. Del Espíritu le viene la sabiduría que llena de estupor a los doctores de la ley y a sus conciudadanos, el amor que acoge y perdona a los pecadores, la misericordia que se inclina hacia la miseria del hombre, la ternura que bendice y abraza a los niños, la comprensión que alivia el dolor de los afligidos. Es el Espíritu quien dirige los pasos de Jesús, lo sostiene en las pruebas, sobre todo lo guía en su camino hacia Jerusalén, donde ofrecerá el sacrificio de la Nueva Alianza, gracias al cual se encenderá el fuego que El trajo a la tierra (Le 12,49).

Por otra parte, la humanidad de Cristo es también obra de la Virgen. El Espíritu plasmó el Corazón de Cristo en el seno de María, que colaboró activamente con El como madre y como educadora.
...como Madre, Ella se adhirió consciente y libremente al proyecto salvífico de Dios Padre, siguiendo en un silencio lleno de adoración, el misterio de la vida que en Ella había brotado y se desarrollaba;
...como educadora, Ella plasmó el Corazón de su propio Hijo, introduciéndolo, junto con San José, en las tradiciones del pueblo elegido, inspirándole el amor a la ley del Señor, comunicándole la espiritualidad de los "pobres del Señor." Ella lo ayudó a desarrollar su inteligencia y seguramente ejerció influjo en la formación de su temperamento. Aun sabiendo que su Niño la trascendía por ser "Hijo del Altísimo" (Lc 1,32), no por ello la Virgen fue menos solicita de su educación humana (Lc 2,51).

Por tanto podemos afirmar con verdad: en el Corazón de Cristo brilla la obra admirable del Espíritu Santo: en El se hallan también los reflejos del corazón de la Madre. Tanto el corazón de cada cristiano como el Corazón de Cristo: dócil a la acción del Espíritu, dócil a la voz de la Madre.

(Juan Pablo II, 1982)