miércoles, 7 de mayo de 2008

La Humildad de María

"La vida de María fue oculta. Su humildad fue tan grande que su anhelo más firme y constante ha sido el ocultarse a sí misma y a todas las criaturas, para ser conocida sólo de Dios." (extracto del "tratado de la verdadera devoción a la Santisima Virgen")

La humildad, dice san Bernardo, es el fundamento y guardián de todas las virtudes. Y con razón, porque sin humildad no es posible ninguna virtud en el alma. Todas las virtudes se esfuman si desaparece la humildad.

"No os fijéis en que estoy morena, es que el sol me ha quemado" (Ct 1,6).

La Virgen tenía siempre ante sus ojos la divina majestad y su nada. Cuanto más se veía enriquecida, más se humillaba recordando que todo era don de Dios. Dice san Bernardino que no hubo criatura en el mundo más exaltada que María porque no hubo criatura que más se humillase que María.

María se turba al oír las alabanzas de san Gabriel. Y cuando Isabel le dice: "Bendita tú entre las mujeres... "(Lc 1,42-45), María, atribuyéndolo todo a Dios, le responde con el humilde cántico: "Mi alma engrandece al Señor". Como si dijera: Isabel, tú me alabas porque he creído, y yo alabo a mi Dios porque ha querido exaltarme del fondo de mi nada, "porque miró la humildad de su esclava".

Hablando de la humildad de María dice san Agustín: “De veras bienaventurada humildad que dio a luz a Dios hecho hombre, nos abrió el paraíso y libró a las almas de los infiernos.”

Es propio de los humildes el servicio. María se fue a servir a Isabel durante tres meses; a lo que comenta san Bernardo: “Se admiró Isabel de que llegara María a visitarla, pero mucho más se admiraría al ver que no llegó para ser servida, sino para servirla.”

María nos protege bajo el manto de su humildad. La Virgen le dijo a santa Brígida: “Hija mía, ven y escóndete bajo mi manto; este manto es mi humildad.” Y le explicó que la consideración de su humildad es como un manto que da calor; y como el manto no da calor si no se lleva puesto, así se ha de llevar este manto, no sólo con el pensamiento, sino con las obras. “De manera que mi humildad no aprovecha sino al que trata de imitarla. Por eso, hija mía, vístete con esta humildad.”
Reina mía, no podré ser tu verdadero hijo si no soy humilde.¿No ves que mis pecados, al hacerme ingrato a mi Señor me han hecho a la vez soberbio? Remédialo tú, Madre mía.Por los méritos de tu humildad alcánzame la gracia de ser humilde para que así pueda ser hijo tuyo verdadero.

(San Alfonso María de Ligorio)

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